Página 394 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
necido Como sentían el testimonio de la gracia que les perdonaba
anhelaban contemplar a Aquel a quien amaban sus almas.
Pero un desengaño más les estaba reservado. El tiempo de espe-
ra pasó, y su Salvador no apareció. Con confianza inquebrantable
habían esperado su venida, y ahora sentían lo que María, cuando, al
ir al sepulcro del Salvador y encontrándolo vacío, exclamó llorando:
“Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”.
Juan
20:13
.
Un sentimiento de pavor, el temor de que el mensaje fuese ver-
dad, había servido durante algún tiempo para refrenar al mundo
incrédulo. Cumplido el plazo, ese sentimiento no desapareció del
todo; al principio no se atrevieron a celebrar su triunfo sobre los que
habían quedado chasqueados; pero como no se vieran señales de la
ira de Dios, se olvidaron de sus temores y nuevamente profirieron
insultos y burlas. Un número notable de los que habían profesado
creer en la próxima venida del Señor, abandonaron su fe. Algunos
que habían tenido mucha confianza, quedaron tan hondamente he-
ridos en su orgullo, que hubiesen querido huir del mundo. Como
Jonás, se quejaban de Dios, y habrían preferido la muerte a la vida.
Los que habían fundado su fe en opiniones ajenas y no en la Palabra
de Dios, estaban listos para cambiar otra vez de parecer. Los bur-
ladores atrajeron a sus filas a los débiles y cobardes, y todos estos
convinieron en declarar que ya no podía haber temor ni expectación.
El tiempo había pasado, el Señor no había venido, y el mundo podría
subsistir como antes, miles de años.
Los creyentes fervientes y sinceros lo habían abandonado to-
do por Cristo, y habían gozado de su presencia como nunca antes.
Creían haber dado su último aviso al mundo, y, esperando ser reci-
bidos pronto en la sociedad de su divino Maestro y de los ángeles
celestiales, se habían separado en su mayor parte de los que no
habían recibido el mensaje. Habían orado con gran fervor: “Ven,
Señor Jesús; y ven presto”. Pero no vino. Reasumir entonces la
pesada carga de los cuidados y perplejidades de la vida, y soportar
las afrentas y escarnios del mundo, constituía una dura prueba para
su fe y paciencia.
Con todo, este contratiempo no era tan grande como el que expe-
rimentaran los discípulos cuando el primer advenimiento de Cristo.
Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, sus discípulos creían
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