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El Conflicto de los Siglos
predicadores insisten muy poco en la ley divina. En otro tiempo
el púlpito era eco de la voz de la conciencia [...]. Nuestros más
ilustres predicadores daban a sus discursos una amplitud majestuosa
siguiendo el ejemplo del Maestro y recalcando la ley, sus preceptos
y sus amenazas. Repetían las dos grandes máximas de que la ley es
fiel trasunto de las perfecciones divinas, y de que un hombre que no
tiene amor a la ley no lo tiene tampoco al evangelio, pues la ley, tanto
como el evangelio, es un espejo que refleja el verdadero carácter
de Dios. Este peligro arrastra a otro: el de desestimar la gravedad
del pecado, su extensión y su horror. El grado de culpabilidad que
acarrea la desobediencia a un mandamiento es proporcional al grado
de justicia de ese mandamiento [...].
“A los peligros ya enumerados se une el que se corre al no re-
conocer plenamente la justicia de Dios. La tendencia del púlpito
moderno consiste en hacer separación entre la justicia divina y la
misericordia divina, en rebajar la misericordia al nivel de un sen-
timiento en lugar de elevarla a la altura de un principio. El nuevo
prisma teológico separa lo que Dios unió. ¿Es la ley divina un bien
o un mal? Es un bien. Luego la justicia es buena; pues es una dispo-
sición para cumplir la ley. De la costumbre de tener en poco la ley y
justicia divinas, el alcance y demérito de la desobediencia humana,
los hombres contraen fácilmente la costumbre de no apreciar la gra-
cia que proveyó expiación por el pecado”. Así pierde el evangelio
su valor e importancia en el concepto de los hombres, que no tardan
en dejar a un lado la misma Biblia.
Muchos maestros en religión aseveran que Cristo abolió la ley
por su muerte, y que desde entonces los hombres se ven libres de
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sus exigencias. Algunos la representan como yugo enojoso, y en
contraposición con la esclavitud de la ley, presentan la libertad de
que se debe gozar bajo el evangelio.
Pero no es así como las profetas y los apóstoles consideraron la
santa ley de Dios. David dice: “Y andaré con libertad, porque he
buscado tus preceptos”.
Salmos 119:45 (VM)
. El apóstol Santiago,
que escribió después de la muerte de Cristo, habla del Decálogo
como de la “ley real”, y de la “ley perfecta, la ley de libertad”.
San-
tiago 2:8; 1:25 (VM)
. Y el vidente de Patmos, medio siglo después
de la crucifixión, pronuncia una bendición sobre los “que guardan