Página 456 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?
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[...] ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?
¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando
ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe obró con
sus obras, y que la fe fue perfecta por las obras? [...] Veis, pues, que
el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe”.
Santiago 2:14-24
.
El testimonio de la Palabra de Dios se opone a esta doctrina
seductora de la fe sin obras. No es fe pretender el favor del cielo sin
cumplir las condiciones necesarias para que la gracia sea concedida.
Es presunción, pues la fe verdadera se funda en las promesas y
disposiciones de las Sagradas Escrituras.
Nadie se engañe a sí mismo creyendo que pueda volverse santo
mientras viole premeditadamente uno de los preceptos divinos. Un
pecado cometido deliberadamente acalla la voz atestiguadora del
Espíritu y separa al alma de Dios. “El pecado es transgresión de
la ley”. Y “todo aquel que peca [transgrede la ley], no le ha visto,
ni le ha conocido”.
1 Juan 3:6
. Aunque San Juan habla mucho del
amor en sus epístolas, no vacila en poner de manifiesto el verdadero
carácter de esa clase de personas que pretenden ser santificadas y
seguir transgrediendo la ley de Dios. “El que dice: Yo le conozco,
y no guarda sus mandamientos, es mentiroso, y no hay verdad en
él; mas el que guarda su palabra, verdaderamente en este se ha
perfeccionado el amor de Dios”.
1 Juan 2:4, 5 (VM)
. Esta es la
piedra de toque de toda profesión de fe. No podemos reconocer
como santo a ningún hombre sin haberle comparado primero con la
sola regla de santidad que Dios haya dado en el cielo y en la tierra.
Si los hombres no sienten el peso de la ley moral, si empequeñecen
y tienen en poco los preceptos de Dios, si violan el menor de estos
mandamientos, y así enseñan a los hombres, no serán estimados ante
el cielo, y podemos estar seguros de que sus pretensiones no tienen
fundamento alguno.
Y la aserción de estar sin pecado constituye de por sí una prueba
de que el que tal asevera dista mucho de ser santo. Es porque no tiene
un verdadero concepto de lo que es la pureza y santidad infinita de
Dios, ni de lo que deben ser los que han de armonizar con su carácter;
es porque no tiene verdadero concepto de la pureza y perfección
supremas de Jesús ni de la maldad y horror del pecado, por lo que el