Página 468 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
libros de memoria, sino que permanecerán como testimonio contra
el pecador en el día de Dios. Puede el pecador haber cometido sus
malas acciones a la luz del día o en la oscuridad de la noche; eran
conocidas y manifiestas para Aquel a quien tenemos que dar cuenta.
Hubo siempre ángeles de Dios que fueron testigos de cada pecado, y
lo registraron en los libros infalibles. El pecado puede ser ocultado,
negado, encubierto para un padre, una madre, una esposa, o para los
hijos y los amigos; nadie, fuera de los mismos culpables tendrá tal
vez la más mínima sospecha del mal; no deja por eso de quedar al
descubierto ante los seres celestiales. La oscuridad de la noche más
sombría, el misterio de todas las artes engañosas, no alcanzan a velar
un solo pensamiento para el conocimiento del Eterno. Dios lleva
un registro exacto de todo acto injusto e ilícito. No se deja engañar
por una apariencia de piedad. No se equivoca en su apreciación del
carácter. Los hombres pueden ser engañados por entes de corazón
corrompido, pero Dios penetra todos los disfraces y lee la vida
interior.
¡Qué pensamiento tan solemne! Cada día que transcurre lleva
consigo su caudal de apuntes para los libros del cielo. Una palabra
pronunciada, un acto cometido, no pueden ser jamás retirados. Los
ángeles tomaron nota tanto de lo bueno como de lo malo. El más
poderoso conquistador de este mundo no puede revocar el registro
de un solo día siquiera.
Nuestros actos, nuestras palabras, hasta nuestros más secretos
motivos, todo tiene su peso en la decisión de nuestro destino para
dicha o desdicha. Podremos olvidarlos, pero no por eso dejarán de
testificar en nuestro favor o contra nosotros.
Así como los rasgos de la fisonomía son reproducidos con mi-
nuciosa exactitud sobre la pulida placa del artista, así también está
el carácter fielmente delineado en los libros del cielo. No obstante
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¡cuán poca preocupación se siente respecto a ese registro que debe
ser examinado por los seres celestiales! Si se pudiese descorrer el
velo que separa el mundo visible del invisible, y los hijos de los
hombres pudiesen ver a un ángel apuntar cada palabra y cada acto
que volverán a encontrar en el día del juicio, ¡cuántas palabras de
las que se pronuncian cada día no se dejarían de pronunciar; cuántos
actos no se dejarían sin realizar!