Página 521 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

El misterio de la inmortalidad
517
gún sus obras”, pero que terminará finalmente en la segunda muerte.
Como, en conformidad con su justicia y con su misericordia, Dios
no puede salvar al pecador en sus pecados, le priva de la existencia
misma que sus transgresiones tenían ya comprometida y de la que se
ha mostrado indigno. Un escritor inspirado dice: “Pues de aquí a po-
co no será el malo: y contemplarás sobre su lugar, y no parecerá”. Y
otro dice: “Serán como si no hubieran sido”.
Salmos 37:10
;
Abdías
16
. Cubiertos de infamia, caerán en irreparable y eterno olvido.
Así se pondrá fin al pecado y a toda la desolación y las ruinas
que de él procedieron. El salmista dice: “Reprendiste gentes, des-
truiste al malo, raíste el nombre de ellos para siempre jamás. Oh
enemigo, acabados son para siempre los asolamientos”.
Salmos 9:5,
6
. San Juan, al echar una mirada hacia la eternidad, oyó una antífona
universal de alabanzas que no era interrumpida por ninguna diso-
nancia. Oyó a todas las criaturas del cielo y de la tierra rindiendo
gloria a Dios.
Apocalipsis 5:13
. No habrá entonces almas perdidas
que blasfemen a Dios retorciéndose en tormentos sin fin, ni seres
infortunados que desde el infierno unan sus gritos de espanto a los
himnos de los elegidos.
En el error fundamental de la inmortalidad natural, descansa la
doctrina del estado consciente de los muertos, doctrina que, como la
de los tormentos eternos, está en pugna con las enseñanzas de las
Sagradas Escrituras, con los dictados de la razón y con nuestros sen-
timientos de humanidad. Según la creencia popular, los redimidos en
el cielo están al cabo de todo lo que pasa en la tierra, y especialmente
de lo que les pasa a los amigos que dejaron atrás. ¿Pero cómo podría
ser fuente de dicha para los muertos el tener conocimiento de las
aflicciones y congojas de los vivos, el ver los pecados cometidos por
aquellos a quienes aman y verlos sufrir todas las penas, desilusiones
y angustias de la vida? ¿Cuánto podrían gozar de la bienaventuranza
del cielo los que revolotean alrededor de sus amigos en la tierra?
¡Y cuán repulsiva es la creencia de que, apenas exhalado el último
suspiro, el alma del impenitente es arrojada a las llamas del infierno!
¡En qué abismos de dolor no deben sumirse los que ven a sus amigos
bajar a la tumba sin preparación para entrar en una eternidad de
pecado y de dolor! Muchos han sido arrastrados a la locura por este
horrible pensamiento que los atormentara. ¿Qué dicen las Sagra-
das Escrituras a este respecto? David declara que el hombre no es
[534]