Página 523 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El misterio de la inmortalidad
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El mártir Tyndale, refiriéndose al estado de los muertos, declaró:
“Confieso francamente que no estoy convencido de que ellos gocen
ya de la plenitud de gloria en que se encuentran Dios y los ángeles
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elegidos. Ni es tampoco artículo de mi fe; pues si así fuera, entonces
no puedo menos que ver que sería vana la predicación de la resurrec-
ción de la carne” (W. Tyndale, en el prólogo de su traducción del
Nuevo Testamento, reimpreso en
British Reformers: Tindal, Frith,
Barnes
, p. 349).
Es un hecho incontestable que la esperanza de pasar al morir a
la felicidad eterna ha llevado a un descuido general de la doctrina
bíblica de la resurrección. Esta tendencia ha sido notada por el
Dr. Adam Clarke, quien escribió: “¡La doctrina de la resurrección
parece haber sido mirada por los cristianos como si tuviera una
importancia mucho mayor que la que se le concede hoy! ¿Cómo
es eso? Los apóstoles insistían siempre en ella y por medio de
ella incitaban a los discípulos de Cristo a que fuesen diligentes,
obedientes y de buen ánimo. Pero sus sucesores actuales casi nunca
la mencionan. Tal la predicación de los apóstoles, y tal la fe de los
primitivos cristianos; tal nuestra predicación y tal la fe de los que
nos escuchan. No hay doctrina en la que el evangelio insista más; y
no hay doctrina que la predicación de nuestros días trate con mayor
descuido” (
Commentary on the New Testament
, tomo II, comentario
general de 1 Corintios 15, p. 3).
Y así siguieron las cosas hasta resultar en que la gloriosa verdad
de la resurrección quedó casi completamente oscurecida y perdida
de vista por el mundo cristiano. Es así que un escritor religioso
autorizado, comentando las palabras de San Pablo en
1 Tesaloni-
censes 4:13-18
, dice: “Para todos los fines prácticos de consuelo, la
doctrina de la inmortalidad bienaventurada de los justos reemplaza
para nosotros cualquier doctrina dudosa de la segunda venida del
Señor. Cuando morimos es cuando el Señor viene a buscarnos. Eso
es lo que tenemos que esperar y para lo que debemos estar preca-
vidos. Los muertos ya han entrado en la gloria. Ellos no esperan
el sonido de la trompeta para comparecer en juicio y entrar en la
bienaventuranza”.
Pero cuando Jesús estaba a punto de dejar a sus discípulos, no
les dijo que irían pronto a reunírsele. “Voy a prepararos el lugar—
les dijo—. Y si yo fuere y os preparare el lugar, vendré otra vez,