Página 56 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

52
El Conflicto de los Siglos
delante de ellos: acordaos del Señor grande y terrible” (
Vers. 14
), y
cada uno de los que trabajaban tenía la espada ceñida.
Efesios 6:17
.
En todo tiempo el mismo espíritu de odio y de oposición a la
verdad inspiró a los enemigos de Dios, y los siervos de él necesitaron
la misma vigilancia y fidelidad. Las palabras de Cristo a sus primeros
discípulos se aplicarán a cuantos le sigan, hasta el fin de los tiempos:
“Y lo que os digo a vosotros, a todos lo digo: ¡Velad!”
Marcos 13:37
(VM)
.
Las tinieblas parecían hacerse más densas. La adoración de las
imágenes se hizo más general. Se les encendían velas y se les ofre-
cían oraciones. Llegaron a prevalecer las costumbres más absurdas y
supersticiosas. Los espíritus estaban tan completamente dominados
por la superstición, que la razón misma parecía haber perdido su
poder. Mientras que los sacerdotes y los obispos eran amantes de los
placeres, sensuales y corrompidos, solo podía esperarse del pueblo
que acudía a ellos en busca de dirección, que siguiera sumido en la
ignorancia y en los vicios.
Las pretensiones papales dieron otro paso más cuando en el siglo
XI el papa Gregorio VII proclamó la perfección de la iglesia romana.
Entre las proposiciones que él expuso había una que declaraba que
la iglesia no había errado nunca ni podía errar, según las Santas
Escrituras. Pero las pruebas de la Escritura faltaban para apoyar el
aserto. El altivo pontífice reclamaba además para sí el derecho de
deponer emperadores, y declaraba que ninguna sentencia pronuncia-
da por él podía ser revocada por hombre alguno, pero que él tenía la
prerrogativa de revocar las decisiones de todos los demás (véase el
Apéndice).
El modo en que trató al emperador alemán Enrique IV nos pinta
a lo vivo el carácter tiránico de este abogado de la infalibilidad papal.
Por haber intentado desobedecer la autoridad papal, dicho monarca
fue excomulgado y destronado. Aterrorizado ante la deserción de sus
propios príncipes que por orden papal fueron instigados a rebelarse
[55]
contra él, Enrique no tuvo más remedio que hacer las paces con
Roma. Acompañado de su esposa y de un fiel sirviente, cruzó los
Alpes en pleno invierno para humillarse ante el papa. Habiendo
llegado al castillo donde Gregorio se había retirado, fue conducido,
despojado de sus guardas, a un patio exterior, y allí, en el crudo
frío del invierno, con la cabeza descubierta, los pies descalzos y