Página 631 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El fin del conflicto
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tras que los redimidos echan sus coronas a los pies del Salvador,
exclamando: “¡Él murió por mí!”
Entre la multitud de los rescatados están los apóstoles de Cristo,
el heroico Pablo, el ardiente Pedro, el amado y amoroso Juan y
sus hermanos de corazón leal, y con ellos la inmensa hueste de
los mártires; mientras que fuera de los muros, con todo lo que
es vil y abominable, se encuentran aquellos que los persiguieron,
encarcelaron y mataron. Allí está Nerón, monstruo de crueldad y
de vicios, y puede ver la alegría y el triunfo de aquellos a quienes
torturó, y cuya dolorosa angustia le proporcionara deleite satánico.
Su madre está allí para ser testigo de los resultados de su propia
obra; para ver cómo los malos rasgos de carácter transmitidos a su
hijo y las pasiones fomentadas y desarrolladas por la influencia y el
ejemplo de ella, produjeron crímenes que horrorizaron al mundo.
Allí hay sacerdotes y prelados papistas, que dijeron ser los em-
bajadores de Cristo y que no obstante emplearon instrumentos de
suplicio, calabozos y hogueras para dominar las conciencias de su
pueblo. Allí están los orgullosos pontífices que se ensalzaron por
encima de Dios y que pretendieron alterar la ley del Altísimo. Aque-
llos así llamados padres de la iglesia tienen que rendir a Dios una
cuenta de la que bien quisieran librarse. Demasiado tarde ven que
el Omnisciente es celoso de su ley y que no tendrá por inocente al
culpable de violarla. Comprenden entonces que Cristo identifica sus
intereses con los de su pueblo perseguido, y sienten la fuerza de sus
propias palabras: “En cuanto lo hicisteis a uno de los más pequeños
de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis”.
Mateo 25:40 (VM)
.
Todos los impíos del mundo están de pie ante el tribunal de
Dios, acusados de alta traición contra el gobierno del cielo. No hay
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quien sostenga ni defienda la causa de ellos; no tienen disculpa; y se
pronuncia contra ellos la sentencia de la muerte eterna.
Es entonces evidente para todos que el salario del pecado no es
la noble independencia y la vida eterna, sino la esclavitud, la ruina y
la muerte. Los impíos ven lo que perdieron con su vida de rebeldía.
Despreciaron el maravilloso don de eterna gloria cuando les fue
ofrecido; pero ¡cuán deseable no les parece ahora! “Todo eso—
exclama el alma perdida—yo habría podido poseerlo; pero preferí
rechazarlo. ¡Oh sorprendente infatuación! He cambiado la paz, la
dicha y el honor por la miseria, la infamia y la desesperación. Todos