Página 81 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El lucero de la reforma
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hubiera podido acertar con un medio mejor de derrocar el formidable
dominio espiritual y temporal que el papa levantara y bajo el cual
millones de hombres gemían cautivos en cuerpo y alma.
Wiclef fue nuevamente llamado a defender los derechos de la co-
rona de Inglaterra contra las usurpaciones de Roma, y habiendo sido
nombrado embajador del rey, pasó dos años en los Países Bajos con-
ferenciando con los comisionados del papa. Allí estuvo en contacto
con eclesiásticos de Francia, Italia y España, y tuvo oportunidad de
ver lo que había entre bastidores y de conocer muchas cosas que en
Inglaterra no hubiera descubierto. Se enteró de muchas cosas que
le sirvieron de argumento en sus trabajos posteriores. En aquellos
representantes de la corte del papa leyó el verdadero carácter y las
aspiraciones de la jerarquía. Volvió a Inglaterra para reiterar sus
anteriores enseñanzas con más valor y celo que nunca, declarando
que la codicia, el orgullo y la impostura eran los dioses de Roma.
Hablando del papa y de sus recaudadores, decía en uno de sus
folletos: “Ellos sacan de nuestra tierra el sustento de los pobres y
miles de marcos al año del dinero del rey a cambio de sacramentos
y artículos espirituales, lo cual es maldita herejía simoníaca, y hacen
que toda la cristiandad mantenga y afirme esta herejía. Y a la verdad,
si en nuestro reino hubiera un cerro enorme de oro y no lo tocara
jamás hombre alguno, sino solamente este recaudador sacerdotal,
orgulloso y mundano, en el curso del tiempo el cerro llegaría a
gastarse todo entero, porque él se lleva cuanto dinero halla en nuestra
tierra y no nos devuelve más que la maldición que Dios pronuncia
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sobre su simonía” (J. Lewis,
History of the Life and Sufferings of J.
Wiclif,
37).
Poco después de su regreso a Inglaterra, Wiclef recibió del rey el
nombramiento de rector de Lutterworth. Esto le convenció de que el
monarca, cuando menos, no estaba descontento con la franqueza con
que había hablado. Su influencia se dejó sentir en las resoluciones
de la corte tanto como en las opiniones religiosas de la nación.
Pronto fueron lanzados contra Wiclef los rayos y las centellas
papales. Tres bulas fueron enviadas a Inglaterra: a la universidad, al
rey y a los prelados, ordenando todas que se tomaran inmediatamente
medidas decisivas para obligar a guardar silencio al maestro de
herejía (A. Neander,
History of the Christian Religion and Church
,
período 6, sec. 2, parte I, párr. 8; véase también el Apéndice). Sin