Página 82 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
embargo, antes de que se recibieran las bulas, los obispos, inspirados
por su celo, habían citado a Wiclef a que compareciera ante ellos
para ser juzgado; pero dos de los más poderosos príncipes del reino
le acompañaron al tribunal, y el gentío que rodeaba el edificio y
que se agolpó dentro de él dejó a los jueces tan cohibidos, que se
suspendió el proceso y se le permitió a Wiclef que se retirara en paz.
Poco después Eduardo III, a quien ya entrado en años procuraban
indisponer los prelados contra el reformador, murió, y el antiguo
protector de Wiclef llegó a ser regente del reino. La llegada de las
bulas pontificales impuso a toda Inglaterra la orden perentoria de
arrestar y encarcelar al hereje. Esto equivalía a una condenación a
la hoguera. Ya parecía pues Wiclef destinado a ser pronto víctima
de las venganzas de Roma. Pero Aquel que había dicho a un ilustre
patriarca: “No temas, [...] yo soy tu escudo” (
Génesis 15:1
), volvió a
extender su mano para proteger a su siervo, así que el que murió, no
fue el reformador, sino Gregorio XI, el pontífice que había decretado
su muerte, y los eclesiásticos que se habían reunido para el juicio de
Wiclef se dispersaron.
La providencia de Dios dirigió los acontecimientos de tal manera
que ayudaron al desarrollo de la Reforma. Muerto Gregorio, fueron
elegidos dos papas rivales. Dos poderes en conflicto, cada cual
pretendiéndose infalible, reclamaban la obediencia de los creyentes
(véase el Apéndice). Cada uno pedía el auxilio de los fieles para
hacerle la guerra al otro, su rival, y reforzaba sus exigencias con
terribles anatemas contra los adversarios y con promesas celestiales
para sus partidarios.
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Esto debilitó notablemente el poder papal. Harto tenían que hacer
ambos partidos rivales para pelear uno con otro, de modo que Wiclef
pudo descansar por algún tiempo. Anatemas y recriminaciones vola-
ban de un papa al otro, y ríos de sangre corrían en la contienda de tan
encontrados intereses. La iglesia rebosaba de crímenes y escándalos.
Entre tanto el reformador vivía tranquilo retirado en su parroquia de
Lutterworth, trabajando diligentemente por hacer que los hombres
apartaran la atención de los papas en guerra uno con otro, y que la
fijaran en Jesús, el Príncipe de Paz.
El cisma, con la contienda y corrupción que produjo, preparó el
camino para la Reforma, pues ayudó al pueblo a conocer el papado
tal cual era. En un folleto que publicó Wiclef sobre “El cisma de los