Página 83 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El lucero de la reforma
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papas”, exhortó al pueblo a considerar si ambos sacerdotes no decían
la verdad al condenarse uno a otro como anticristos. “Dios—decía
él—no quiso que el enemigo siguiera reinando tan solo en uno de
esos sacerdotes, sino que [...] puso enemistad entre ambos, para que
los hombres, en el nombre de Cristo, puedan vencer a ambos con
mayor facilidad” (R. Vaughan,
Life and Opinions of John de Wycliffe
,
tomo 2, p. 6). Como su Maestro, predicaba Wiclef el evangelio a
los pobres. No dándose por satisfecho con hacer que la luz brillara
únicamente en aquellos humildes hogares de su propia parroquia de
Lutterworth, quiso difundirla por todos los ámbitos de Inglaterra.
Para esto organizó un cuerpo de predicadores, todos ellos hombres
sencillos y piadosos, que amaban la verdad y no ambicionaban otra
cosa que extenderla por todas partes. Para darla a conocer enseñaban
en los mercados, en las calles de las grandes ciudades y en los sitios
apartados; visitaban a los ancianos, a los pobres y a los enfermos
impartiéndoles las buenas nuevas de la gracia de Dios. Profesor de
teología en Oxford, predicaba Wiclef la Palabra de Dios en las aulas
de la universidad. Presentó la verdad a los estudiantes con tanta
fidelidad, que mereció el título de “Doctor evangélico”. Pero la obra
más grande de su vida había de ser la traducción de la Biblia en
el idioma inglés. En una obra sobre “La verdad y el significado de
las Escrituras” dio a conocer su intención de traducir la Biblia para
que todo hombre en Inglaterra pudiera leer en su propia lengua y
conocer por sí mismo las obras maravillosas de Dios.
Pero de pronto tuvo que suspender su trabajo. Aunque no tenía
aún sesenta años de edad, sus ocupaciones continuas, el estudio, y
los ataques de sus enemigos, le habían debilitado y envejecido pre-
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maturamente. Le sobrevino una peligrosa enfermedad cuyas nuevas,
al llegar a oídos de los frailes, los llenaron de alegría. Pensaron que
en tal trance lamentaría Wiclef amargamente el mal que había cau-
sado a la iglesia. En consecuencia se apresuraron a ir a su vivienda
para oír su confesión. Dándole ya por agonizante se reunieron en
derredor de él los representantes de las cuatro órdenes religiosas,
acompañados por cuatro dignatarios civiles, y le dijeron: “Tienes el
sello de la muerte en tus labios, conmuévete por la memoria de tus
faltas y retráctate delante de nosotros de todo cuanto has dicho para
perjudicarnos”. El reformador escuchó en silencio; luego ordenó a
su criado que le ayudara a incorporarse en su cama, y mirándolos