Página 85 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El lucero de la reforma
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Como el sagrado libro apelaba a la razón, logró despertar a los
hombres de su pasiva sumisión a los dogmas papales. En lugar de
estos, Wiclef enseñaba las doctrinas distintivas del protestantismo:
la salvación por medio de la fe en Cristo y la infalibilidad única de
las Sagradas Escrituras. Los predicadores que él enviaba ponían en
circulación la Biblia junto con los escritos del reformador, y con tan
buen éxito, que la nueva fe fue aceptada por casi la mitad del pueblo
inglés.
La aparición de las Santas Escrituras llenó de profundo desalien-
to a las autoridades de la iglesia. Estas tenían que hacer frente ahora
a un agente más poderoso que Wiclef: una fuerza contra la cual
todas sus armas servirían de poco. No había ley en aquel tiempo
que prohibiese en Inglaterra la lectura de la Biblia, porque jamás
se había hecho una versión en el idioma del pueblo. Tales leyes
se dictaron poco después y fueron puestas en vigor del modo más
riguroso; pero, entretanto, y a pesar de los esfuerzos del clero, hubo
oportunidad para que la Palabra de Dios circulara por algún tiempo.
Nuevamente los caudillos papales quisieron imponer silencio al
reformador. Le citaron ante tres tribunales sucesivos, para juzgarlo,
pero sin resultado alguno. Primero un sínodo de obispos declaró que
sus escritos eran heréticos, y logrando atraer a sus miras al joven rey
Ricardo II, obtuvo un decreto real que condenaba a prisión a todos
los que sostuviesen las doctrinas condenadas.
Wiclef apeló de esa sentencia del sínodo al parlamento; sin temor
alguno demandó al clero ante el concilio nacional y exigió que se re-
formaran los enormes abusos sancionados por la iglesia. Con notable
don de persuasión describió las usurpaciones y las corrupciones de
la sede papal, y sus enemigos quedaron confundidos. Los amigos y
partidarios de Wiclef se habían visto obligados a ceder, y se esperaba
confiadamente que el mismo reformador al llegar a la vejez y verse
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solo y sin amigos, se inclinaría ante la autoridad combinada de la
corona y de la mitra. Mas en vez de esto, los papistas se vieron de-
rrotados. Entusiasmado por las elocuentes interpelaciones de Wiclef,
el parlamento revocó el edicto de persecución y el reformador se vio
nuevamente libre.
Por tercera vez le citaron para formarle juicio, y esta vez ante
el más alto tribunal eclesiástico del reino. En esta corte suprema no
podía haber favoritismo para la herejía; en ella debía asegurarse el