Página 87 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El lucero de la reforma
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el obispo de Roma, quien, como supongo que ha de ser persona
honrada y de buena fe, no se negará a confirmar gustoso esta mi fe,
o la corregirá si acaso la encuentra errada.
“En primer término, supongo que el evangelio de Cristo es toda
la sustancia de la ley de Dios [...]. Declaro y sostengo que por ser
el obispo de Roma el vicario de Cristo aquí en la tierra, está sujeto
más que nadie a la ley del evangelio. Porque entre los discípulos
de Cristo la grandeza no consistía en dignidades o valer mundanos,
sino en seguir de cerca a Cristo e imitar fielmente su vida y sus
costumbres [...]. Durante el tiempo de su peregrinación en la tierra
Cristo fue un hombre muy pobre, que despreciaba y desechaba todo
poder y todo honor terreno [...].
“Ningún hombre de buena fe debiera seguir al papa ni a santo
alguno, sino en aquello en que ellos siguen el ejemplo del Señor
Jesucristo, pues San Pedro y los hijos de Zebedeo, al desear honores
del mundo, lo cual no es seguir las pisadas de Cristo, pecaron y, por
tanto, no deben ser imitados en sus errores [...].
“El papa debería dejar al poder secular todo dominio y gobierno
temporal y con tal fin exhortar y persuadir eficazmente a todo el
clero a hacer otro tanto, pues así lo hizo Cristo y especialmente sus
apóstoles. Por consiguiente, si me he equivocado en cualquiera de
estos puntos, estoy dispuesto a someterme a la corrección y aun a
morir, si es necesario. Si pudiera yo obrar conforme a mi voluntad
y deseo, siendo dueño de mí mismo, de seguro que me presentaría
ante el obispo de Roma; pero el Señor se ha dignado visitarme para
que se haga lo contrario y me ha enseñado a obedecer a Dios antes
que a los hombres”.
Al concluir decía: “Oremos a Dios para que mueva de tal modo
el corazón de nuestro papa Urbano VI, que él y su clero sigan al
Señor Jesucristo en su vida y costumbres, y así se lo enseñen al
pueblo, a fin de que, siendo ellos el dechado, todos los fieles los
imiten con toda fidelidad”. J. Foxe,
Acts and Monuments 3:49, 50
.
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Así enseñó Wiclef al papa y a sus cardenales la mansedumbre
y humildad de Cristo, haciéndoles ver no solo a ellos sino a toda la
cristiandad el contraste que había entre ellos y el Maestro de quien
profesaban ser representantes.
Wiclef estaba convencido de que su fidelidad iba a costarle la
vida. El rey, el papa y los obispos estaban unidos para lograr su ruina,