Página 97 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

Dos héroes de la edad media
93
Cuando, transcurrido algún tiempo, se hubo calmado la exci-
tación en Praga, volvió Hus a su capilla de Belén para reanudar,
con mayor valor y celo, la predicación de la Palabra de Dios. Sus
enemigos eran activos y poderosos, pero la reina y muchos de los
nobles eran amigos suyos y gran parte del pueblo estaba de su lado.
Comparando sus enseñanzas puras y elevadas y la santidad de su
vida con los dogmas degradantes que predicaban los romanistas y
con la avaricia y el libertinaje en que vivían, muchos consideraban
que era un honor pertenecer al partido del reformador.
Hasta aquí Hus había estado solo en sus labores, pero entonces
Jerónimo, que durante su estada en Inglaterra había hecho suyas las
doctrinas enseñadas por Wiclef, se unió con él en la obra de reforma.
Desde aquel momento ambos anduvieron juntos y ni la muerte había
de separarlos.
Jerónimo poseía en alto grado lucidez genial, elocuencia e ilus-
tración, y estos dones le conquistaban el favor popular, pero en las
cualidades que constituyen verdadera fuerza de carácter, sobresa-
lía Hus. El juicio sereno de este restringía el espíritu impulsivo de
Jerónimo, el cual reconocía con verdadera humildad el valer de su
compañero y aceptaba sus consejos. Mediante los esfuerzos unidos
de ambos la reforma progresó con mayor rapidez.
Si bien es verdad que Dios se dignó iluminar a estos sus siervos
derramando sobre ellos raudales de luz que les revelaron muchos de
los errores de Roma, también lo es que ellos no recibieron toda la luz
que debía ser comunicada al mundo. Por medio de estos hombres,
Dios sacaba a sus hijos de las tinieblas del romanismo; pero tenían
que arrostrar muchos y muy grandes obstáculos, y él los conducía
por la mano paso a paso según lo permitían las fuerzas de ellos.
No estaban preparados para recibir de pronto la luz en su plenitud.
Ella los habría hecho retroceder como habrían retrocedido, con la
vista herida, los que, acostumbrados a la oscuridad, recibieran la luz
[97]
del mediodía. Por consiguiente, Dios reveló su luz a los guías de
su pueblo poco a poco, como podía recibirla este último. De siglo
en siglo otros fieles obreros seguirían conduciendo a las masas y
avanzando más cada vez en el camino de las reformas.
Mientras tanto, un gran cisma asolaba a la iglesia. Tres papas
se disputaban la supremacía, y esta contienda llenaba los dominios
de la cristiandad de crímenes y revueltas. No satisfechos los tres