Página 106 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
detenido en aquellas mazmorras y sufriendo torturas y angustias,
separado de sus amigos y herido en el alma por la muerte de Hus, el
ánimo de Jerónimo decayó y consintió en someterse al concilio. Se
comprometió a adherirse a la fe católica y aceptó el auto de la asam-
blea que condenaba las doctrinas de Wiclef y de Hus, exceptuando,
sin embargo, las “santas verdades” que ellos enseñaron.—
Id.,
lib. 3,
pág. 156.
Por medio de semejante expediente Jerónimo trató de acallar
la voz de su conciencia y librarse de la condena; pero, vuelto al
calabozo, a solas consigo mismo percibió la magnitud de su acto.
Comparó el valor y la fidelidad de Hus con su propia retractación.
Pensó en el divino Maestro a quien él se había propuesto servir y que
por causa suya sufrió la muerte en la cruz. Antes de su retractación
había hallado consuelo en medio de sus sufrimientos, seguro del
favor de Dios; pero ahora, el remordimiento y la duda torturaban
su alma. Harto sabía que tendría que hacer otras retractaciones
para vivir en paz con Roma. El sendero que empezaba a recorrer le
llevaría infaliblemente a una completa apostasía. Resolvió no volver
a negar al Señor para librarse de un breve plazo de padecimientos.
Pronto fué llevado otra vez ante el concilio, pues sus declara-
ciones no habían dejado satisfechos a los jueces. La sed de sangre
despertada por la muerte de Hus, reclamaba nuevas víctimas. Sólo
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la completa abjuración podía salvar de la muerte al reformador. Pero
éste había resuelto confesar su fe y seguir hasta la hoguera a su
hermano mártir.
Desvirtuó su anterior retractación, y a punto de morir, exigió que
se le diera oportunidad para defenderse. Temiendo los prelados el
efecto de sus palabras, insistieron en que él se limitara a afirmar
o negar lo bien fundado de los cargos que se le hacían. Jerónimo
protestó contra tamaña crueldad e injusticia. “Me habéis tenido
encerrado—dijo,—durante trescientos cuarenta días, en una prisión
horrible, en medio de inmundicias, en un sitio malsano y pestilente,
y falto de todo en absoluto. Me traéis hoy ante vuestra presencia y
tras de haber prestado oídos a mis acérrimos enemigos, os negáis a
oírme... Si en verdad sois sabios, y si sois la luz del mundo, cuidaos
de pecar contra la justicia. En cuanto a mí, no soy más que un débil
mortal; mi vida es de poca importancia, y cuando os exhorto a no