Página 105 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Dos héroes de la edad media
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bía despertado ecos que resonarían al través de las edades futuras.
Hus ya no existía, pero las verdades por las cuales había muerto
no podían perecer. Su ejemplo de fe y perseverancia iba a animar
a las muchedumbres a mantenerse firmes por la verdad frente al
tormento y a la muerte. Su ejecución puso de manifiesto ante el
mundo entero la pérfida crueldad de Roma. Los enemigos de la
verdad, aunque sin saberlo, no hacían más que fomentar la causa
que en vano procuraban aniquilar.
Una estaca más iba a levantarse en Constanza. La sangre de otro
mártir iba a testificar por la misma verdad. Jerónimo al decir adiós a
Hus, cuando éste partiera para el concilio, le exhortó a ser valiente
y firme, declarándole que si caía en algún peligro él mismo volaría
en su auxilio. Al saber que el reformador se hallaba encarcelado,
el fiel discípulo se dispuso inmediatamente a cumplir su promesa.
Salió para Constanza con un solo compañero y sin proveerse de sal-
voconducto. Al llegar a la ciudad, se convenció de que sólo se había
expuesto al peligro, sin que le fuera posible hacer nada para libertar
a Hus. Huyó entonces pero fué arrestado en el camino y devuelto a
la ciudad cargado de cadenas, bajo la custodia de una compañía de
soldados. En su primera comparecencia ante el concilio, sus esfuer-
zos para contestar los cargos que le arrojaban se malograban entre
los gritos: “¡A la hoguera con él! ¡A las llamas!”—Bonnechose, lib.
2, pág. 256. Fué arrojado en un calabozo, lo encadenaron en una
postura muy penosa y lo tuvieron a pan y agua. Después de algunos
meses, las crueldades de su prisión causaron a Jerónimo una enfer-
medad que puso en peligro su vida, y sus enemigos, temiendo que
se les escapase, le trataron con menos severidad aunque dejándole
en la cárcel por un año.
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La muerte de Hus no tuvo el resultado que esperaban los pa-
pistas. La violación del salvoconducto que le había sido dado al
reformador, levantó una tempestad de indignación, y como medio
más seguro, el concilio resolvió que en vez de quemar a Jerónimo
se le obligaría, si posible fuese, a retractarse. Fué llevado ante el
concilio y se le instó para que escogiera entre la retractación o la
muerte en la hoguera. Haberle dado muerte al principio de su en-
carcelamiento hubiera sido un acto de misericordia en comparación
con los terribles sufrimientos a que le sometieron; pero después de
esto, debilitado por su enfermedad y por los rigores de su prisión,