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El Conflicto de los Siglos
estaban pintadas horribles figuras de demonios, y en cuyo frente se
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destacaba esta inscripción: ‘El archihereje.’ ‘Con gozo—dijo Hus—
llevaré por ti esta corona de oprobio, oh Jesús, que llevaste por mí
una de espinas.’ ”
Acto continuo, “los prelados dijeron: ‘Ahora dedicamos tu al-
ma al diablo.’ ‘Y yo—dijo Hus, levantando sus ojos al cielo—en
tus manos encomiendo mi espíritu, oh Señor Jesús, porque tú me
redimiste.’ ”—Wylie, lib. 3, cap. 7.
Fué luego entregado a las autoridades seculares y conducido al
lugar de la ejecución. Iba seguido por inmensa procesión formada
por centenares de hombres armados, sacerdotes y obispos que lucían
sus ricas vestiduras, y por el pueblo de Constanza. Cuando lo suje-
taron a la estaca y todo estuvo dispuesto para encender la hoguera,
se instó una vez más al mártir a que se salvara retractándose de
sus errores. “¿A cuáles errorers—dijo Hus—debo renunciar? De
ninguno me encuentro culpable. Tomo a Dios por testigo de que
todo lo que he escrito y predicado ha sido con el fin de rescatar a las
almas del pecado y de la perdición; y, por consiguiente, con el mayor
gozo confirmaré con mi sangre aquella verdad que he anunciado
por escrito y de viva voz.”—
Ibid
. Cuando las llamas comenzaron a
arder en torno suyo, principió a cantar: “Jesús, Hijo de David, ten
misericordia de mí,” y continuó hasta que su voz enmudeció para
siempre.
Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica con-
ducta. Un celoso partidario del papa, al referir el martirio de Hus y de
Jerónimo que murió poco después, dijo: “Ambos se portaron como
valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para ir a la
hoguera como se hubieran preparado para ir a una boda; no dejaron
oír un grito de dolor. Cuando subieron las llamas, entonaron himnos
y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos.”—
Ibid
.
Cuando el cuerpo de Hus fué consumido por completo, reco-
gieron sus cenizas, las mezclaron con la tierra donde yacían y las
arrojaron al Rin, que las llevó hasta el océano. Sus perseguidores
se figuraban en vano que habían arrancado de raíz las verdades que
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predicara. No soñaron que las cenizas que echaban al mar eran como
semilla esparcida en todos los países del mundo, y que en tierras
aún desconocidas darían mucho fruto en testimonio por la verdad.
La voz que había hablado en la sala del concilio de Constanza ha-