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El Conflicto de los Siglos
como el que cometí en este funesto lugar, cuando aprobé la inicua
sentencia pronunciada contra Wiclef y contra el santo mártir, Juan
Hus, maestro y amigo mío. Sí, lo confieso de todo corazón, y declaro
con verdadero horror que desgraciadamente me turbé cuando, por
temor a la muerte, condené las doctrinas de ellos. Por tanto, ruego
... al Dios todopoderoso se digne perdonarme mis pecados y éste
en particular, que es el más monstruoso de todos.” Señalando a los
jueces, dijo con entereza: “Vosotros condenasteis a Wiclef y a Juan
Hus no porque hubieran invalidado las doctrinas de la iglesia, sino
sencillamente por haber denunciado los escándalos provenientes del
clero—su pompa, su orgullo y todos los vicios de los prelados y
sacerdotes. Las cosas que aquéllos afirmaron y que son irrefutables,
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yo también las creo y las proclamo.”
Sus palabras fueron interrumpidas. Los prelados, temblando de
ira, exclamaron: “¿Qué necesidad hay de mayores pruebas? ¡Con-
templamos con nuestros propios ojos el más obstinado de los here-
jes!”
Sin conmoverse ante la tempestad, repuso Jerónimo: “¡Qué!
¿imagináis que tengo miedo de morir? Por un año me habéis tenido
encadenado, encerrado en un calabozo horrible, más espantoso que
la misma muerte. Me habéis tratado con más crueldad que a un
turco, judío o pagano, y mis carnes se han resecado hasta dejar los
huesos descubiertos; pero no me quejo, porque las lamentaciones
sientan mal en un hombre de corazón y de carácter; pero no puedo
menos que expresar mi asombro ante tamaña barbarie con que habéis
tratado a un cristiano.”—
Ibid.,
págs. 168, 169.
Volvió con esto a estallar la tempestad de ira y Jerónimo fué
devuelto en el acto a su calabozo. A pesar de todo, hubo en la
asamblea algunos que quedaron impresionados por sus palabras y
que desearon salvarle la vida. Algunos dignatarios de la iglesia le
visitaron y le instaron a que se sometiera al concilio. Se le hicieron
las más brillantes promesas si renunciaba a su oposición contra
Roma. Pero, a semejanza de su Maestro, cuando le ofrecieron la
gloria del mundo, Jerónimo se mantuvo firme.
“Probadme con las Santas Escrituras que estoy en error—dijo
él—y abjuraré de él.”