Página 111 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Dos héroes de la edad media
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guieron a los fugitivos y mataron a gran número de ellos, y un rico
botín quedó en manos de los vencedores, de modo que, en lugar de
empobrecer a los bohemios, la guerra los enriqueció.
Pocos años después, bajo un nuevo papa, se preparó otra cruzada.
Como anteriormente, se volvió a reclutar gente y a allegar medios de
entre los países papales de Europa. Se hicieron los más halagüeños
ofrecimientos a los que quisiesen tomar parte en esta peligrosa em-
presa. Se daba indulgencia plenaria a los cruzados aunque hubiesen
cometido los más monstruosos crímenes. A los que muriesen en la
guerra se les aseguraba hermosa recompensa en el cíelo, y los que
sobreviviesen cosecharían honores y riquezas en el campo de bata-
lla. Así se logró reunir un inmenso ejército que cruzó la frontera y
penetró en Bohemia. Las fuerzas husitas se retiraron ante el enemigo
y atrajeron así a los invasores al interior del país, dejándoles creer
que ya habían ganado la victoria. Finalmente, el ejército de Procopio
se detuvo y dando frente al enemigo se adelantó al combate. Los
cruzados descubrieron entonces su error y esperaron el ataque en sus
reales. Al oír el ejército que se aproximaba contra ellos y aun antes
de que vieran a los husitas, el pánico volvió a apoderarse de los cru-
zados. Los príncipes, los generales y los soldados rasos, arrojando
sus armas, huyeron en todas direcciones. En vano el legado papal
que guiaba la invasión se esforzó en reunir aquellas fuerzas aterrori-
zadas y dispersas. A pesar de su decididísimo empeño, él mismo se
vió precisado a huir entre los fugitivos. La derrota fué completa y
otra vez un inmenso botín cayó en manos de los vencedores.
De esta manera por segunda vez un gran ejército despachado
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por las más poderosas naciones de Europa, una hueste de valientes
guerreros, disciplinados y bien pertrechados, huyó sin asestar un
solo golpe, ante los defensores de una nación pequeña y débil. Era
una manifestación del poder divino. Los invasores fueron heridos
por un terror sobrenatural. El que anonadó los ejércitos de Faraón
en el Mar Rojo, e hizo huir a los ejércitos de Madián ante Gedeón y
los trescientos, y en una noche abatió las fuerzas de los orgullosos
asirios, extendió una vez más su mano para destruir el poder del
opresor. “Allí se sobresaltaron de pavor donde no había miedo;
porque Dios ha esparcido los huesos del que asentó campo contra ti:
los avergonzaste, porque Dios los desechó.”
Salmos 53:5
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