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El Conflicto de los Siglos
anunciaron novedades, sin haber consultado previa y humildemente
a los órganos de la opinión contraria.”
Y añadía: “No debo consultar la prudencia humana, sino el
consejo de Dios. Si la obra es de Dios, ¿quién la contendrá? Si no lo
es ¿quién la adelantará? ¡Ni mi voluntad, ni la de ellos, ni la nuestra,
sino la tuya, oh Padre santo, que estás en el cielo!”—
Id.,
lib. 3, cap.
6.
A pesar de ser movido Lutero por el Espíritu de Dios para co-
menzar la obra, no había de llevarla a cabo sin duros conflictos. Las
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censuras de sus enemigos, la manera en que falseaban los propósitos
de Lutero y la mala fe con que juzgaban desfavorable e injustamente
el carácter y los móviles del reformador, le envolvieron como ola
que todo lo sumerge; y no dejaron de tener su efecto. Lutero había
abrigado la confianza de que los caudillos del pueblo, tanto en la
iglesia como en las escuelas se unirían con él de buen grado para
colaborar en la obra de reforma. Ciertas palabras de estimulo que
le habían dirigido algunos personajes de elevada categoría le ha-
bían infundido gozo y esperanza. Ya veía despuntar el alba de un
día mejor para la iglesia; pero el estimulo se tornó en censura y en
condenación. Muchos dignatarios de la iglesia y del estado estaban
plenamente convencidos de la verdad de las tesis; pero pronto vieron
que la aceptación de estas verdades entrañaba grandes cambios. Dar
luz al pueblo y realizar una reforma equivalía a minar la autoridad
de Roma y detener en el acto miles de corrientes que ahora iban a pa
ar a las arcas del tesoro, lo que daría por resultado hacer disminuir
la magnificencia y el fausto de los eclesiásticos. Además, enseñar
al pueblo a pensar y a obrar como seres responsables, mirando só-
lo a Cristo para obtener la salvación, equivalía a derribar el trono
pontificio y destruir por ende su propia autoridad. Por estos motivos
rehusaron aceptar el conocimiento que Dios había puesto a su alcan-
ce y se declararon contra Cristo y la verdad, al oponerse a quien él
había enviado para que les iluminase.
Lutero temblaba cuando se veía a sí mismo solo frente a los más
opulentos y poderosos de la tierra. Dudaba a veces, preguntándose
si en verdad Dios le impulsaba a levantarse contra la autoridad de
la iglesia. “¿Quién era yo—escribio mas tarde—para oponerme a
la majestad del papa, a cuya presencia temblaban ... los reyes de
la tierra? ... Nadie puede saber lo que sufrió mi corazón en los dos