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El Conflicto de los Siglos
Los amigos de Lutero estaban espantados y desesperados. Sabe-
dores del prejuicio y de la enemistad que contra él reinaban, pensa-
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ban que ni aun el salvoconducto sería respetado, y le aconsejaban
que no expusiese su vida al peligro. Pero él replicó: “Los papistas ...
no deseaban que yo fuese a Worms, pero sí, mi condenación y mi
muerte. ¡No importa! rogad, no por mí, sino por la Palabra de Dios...
Cristo me dará su Espíritu para vencer a estos ministros del error. Yo
los desprecio durante mi vida, y triunfaré de ellos con mi muerte. En
Worms se agitan para hacer que me retracte. He aquí cuál será mi
retractación: Antes decía que el papa era el vicario de Cristo; ahora
digo que es el adversario del Señor, y el apóstol del diablo.”—
Id.,
cap. 6.
Lutero no iba a emprender solo su peligroso viaje. Además del
mensajero imperial, se decidieron a acompañarle tres de sus más
fieles amigos. Melanchton deseaba ardientemente unirse con ellos.
Su corazón estaba unido con el de Lutero y se desvivía por seguirle,
aun hasta la prisión o la muerte. Pero sus ruegos fueron inútiles. Si
sucumbía Lutero, las esperanzas de la Reforma quedarían cifradas
en los esfuerzos de su joven colaborador. Al despedirse de él, díjole
el reformador: “Si yo no vuelvo, caro hermano, y mis enemigos me
matan, no ceses de enseñar la verdad y permanecer firme en ella...
Trabaja en mi lugar. Si tú vives, poco importa que yo perezca.”—
Id.,
cap. 7. Los estudiantes y los vecinos que se habían reunido para ver
partir a Lutero estaban hondamente conmovidos. Una multitud de
personas cuyos corazones habian sido tocados por el Evangelio le
despidieron con llantos. Así salieron de Wittenberg el reformador y
sus acompañantes.
En el camino notaron que siniestros presentimientos embargaban
los corazones de cuantos hallaban al paso. En algunos puntos no les
mostraron atención alguna. En uno de ellos donde pernoctaron, un
sacerdote amigo manifestó sus temores al reformador, enseñándole
el retrato de un reformador italiano que había padecido el martirio.
A la mañana siguiente se supo que los escritos de Lutero habían sido
condenados en Worms. Los pregoneros del emperador publicaban
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su decreto y obligaban al pueblo a que entregase a los magistrados
las obras del reformador. El heraldo, temiendo por la seguridad de
Lutero en la dieta y creyendo que ya empezaba a cejar en su propó-
sito de acudir a la dieta, le preguntó si estaba aún resuelto a seguir