Un campeón de la verdad
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licitaron que el salvoconducto del reformador fuera violado. “El
Rin—decían—debe recibir sus cenizas, como recibió hace un siglo
las de Juan Hus.”—
Ibid
. Pero los príncipes alemanes, si bien pa-
pistas y enemigos jurados de Lutero, se opusieron a que se violara
así la fe pública, alegando que aquello sería un baldón en el honor
de la nación. Recordaron las calamidades que habían sobrevenido
por la muerte de Juan Hus y declararon que ellos no se atrevían a
acarrearlas a Alemania ni a su joven emperador.
Carlos mismo dijo, en respuesta a la vil propuesta: “Aun cuando
la buena fe y la fidelidad fuesen desterradas del universo, deberían
hallar refugio en el corazón de los príncipes.”—
Ibid
. Pero los enemi-
gos más encarnizados de Lutero siguieron hostigando al monarca
para que hiciera con el reformador lo que Segismundo hiciera con
Hus: abandonarle a la misericordia de la iglesia; pero Carlos V evocó
la escena en que Hus, señalando las cadenas que le aherrojaban, le
recordó al monarca su palabra que había sido quebrantada, y contes-
tó: “Yo no quiero sonrojarme como Segismundo.”—Lenfant, tomo
1, pág. 422.
Carlos empero había rechazado deliberadamente las verdades ex-
puestas por Lutero. El emperador había declarado: “Estoy firmemen-
te resuelto a seguir el ejemplo de mis antepasados.”—D’Aubigné,
lib. 7, cap. 9. Estaba decidido a no salirse del sendero de la costum-
bre, ni siquiera para ir por el camino de la verdad y de la rectitud. Por
la razón de que sus padres lo habían sostenido, él también sostendría
al papado y toda su crueldad y corrupción. De modo que se dispuso
a no aceptar más luz que la que habían recibido sus padres y a no
hacer cosa que ellos no hubiesen hecho.
Son muchos los que en la actualidad se aferran a las costumbres y
tradiciones de sus padres. Cuando el Señor les envía alguna nueva luz
se niegan a aceptarla porque sus padres, no habiéndola conocido, no
la recibieron. No estamos en la misma situación que nuestros padres,
y por consiguiente nuestros deberes y responsabilidades no son los
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mismos tampoco. No nos aprobará Dios si miramos el ejemplo de
nuestros padres para determinar lo que es nuestro deber, en vez de
escudriñar la Biblia por nosotros mismos. Nuestra responsabilidad
es más grande que la de nuestros antepasados. Somos deudores por
la luz que recibieron ellos y que nos entregaron como herencia, y