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El Conflicto de los Siglos
convicciones, pero que, habiendo estudiado las Escrituras después,
llegaron a ser intrépidos sostenedores de la Reforma.
El elector Federico había aguardado con ansiedad la compare-
cencia de Lutero ante la dieta y escuchó su discurso con profunda
emoción. Experimentó regocijo y orgullo al presenciar el valor del
fraile, su firmeza y el modo en que se mostraba dueño de sí mismo,
y resolvió defenderle con mayor firmeza que antes. Comparó entre
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sí a ambas partes contendientes, y vió que la sabiduría de los papas,
de los reyes y de los prelados había sido anulada por el poder de la
verdad. El papado había sufrido una derrota que iba a dejarse sentir
en todas las naciones al través de los siglos.
Al notar el legado el efecto que produjeran las palabras de Lutero,
temió, como nunca había temido, por la seguridad del poder papal,
y resolvió echar mano de todos los medios que estuviesen a su
alcance para acabar con el reformador. Con toda la elocuencia y la
habilidad diplomática que le distinguían en gran manera, le pintó
al joven emperador la insensatez y el peligro que representaba el
sacrificar, en favor de un insignificante fraile, la amistad y el apoyo
de la poderosa sede de Roma.
Sus palabras no fueron inútiles. El día después de la respuesta
de Lutero, Carlos mandó a la dieta un mensaje en que manifestaba
su determinación de seguir la política de sus antecesores de sostener
y proteger la religión romana. Ya que Lutero se negaba a renunciar
a sus errores, se tomarían las medidas más enérgicas contra él y
contra las herejías que enseñaba. “Un solo fraile, extraviado por su
propia locura, se levanta contra la fe de la cristiandad. Sacrificaré
mis reinos, mi poder, mis amigos, mis tesoros, mi cuerpo, mi sangre,
mi espíritu y mi vida para contener esta impiedad. Voy a despedir al
agustino Lutero, prohibiéndole causar el más leve tumulto entre el
pueblo; en seguida procederé contra él y sus secuaces, como contra
herejes declarados, por medio de la excomunión, de la suspensión
y por todos los medios convenientes para destruirlos. Pido a los
miembros de los estados que se conduzcan como fieles cristianos.”—
Id.,
cap. 9. No obstante el emperador declaró que el salvoconducto
de Lutero debía ser respetado y que antes de que se pudiese proceder
contra él, debía dejársele llegar a su casa sano y salvo.
Dos opiniones encontradas fueron entonces propuestas por los
miembros de la dieta. Los emisarios y representantes del papa so-
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