Página 158 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
prolongado descanso. Acostumbrado a la vida activa y al rudo com-
bate, no podía quedar mucho tiempo ocioso. En aquellos días de
soledad, tenía siempre presente la situación de la iglesia, y excla-
maba desesperado: “¡Ay! ¡y que no haya nadie en este último día
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de su ira, que quede en pie delante del Señor como un muro, para
salvar a Israel!”—
Id.,
lib. 9, cap. 2. También pensaba en sí mismo y
tenía miedo de ser tachado de cobardía por haber huído de la lucha.
Se reprochaba su indolencia y la indulgencia con que se trataba a sí
mismo. Y no obstante esto, estaba haciendo diaria mente más de lo
que hubiera podido hacer un hombre solo. Su pluma no permanecía
nunca ociosa. En el momento en que sus enemigos se lisonjeaban
de haberle acallado, los asombraron y confundieron las pruebas tan-
gibles de su actividad. Un sinnúmero de tratados, provenientes de
su pluma, circulaban por toda Alemania. También prestó entonces
valioso servicio a sus compatriotas al traducir al alemán el Nuevo
Testamento. Desde su Patmos perdido entre riscos siguió casi un año
proclamando el Evangelio y censurando los pecados y los errores de
su tiempo.
Pero no fué únicamente para preservar a Lutero de la ira de sus
enemigos, ni para darle un tiempo de descanso en el que pudiese
hacer estos importantes trabajos, para lo que Dios separó a su siervo
del escenario de la vida pública. Había otros resultados más precio-
sos que alcanzar. En el descanso y en la obscuridad de su montaña
solitaria, quedó Lutero sin auxilio humano y fuera del alcance de las
alabanzas y de la admiración de los hombres. Así fué salvado del
orgullo y de la confianza en sí mismo, que a menudo son frutos del
éxito. Por medio del sufrimiento y de la humillación fué preparado
para andar con firmeza en las vertiginosas alturas adonde había sido
llevado de repente.
A la vez que los hombres se regocijan en la libertad que les
da el conocimiento de la verdad, se sienten inclinados a ensalzar
a aquellos de quienes Dios se ha valido para romper las cadenas
de la superstición y del error. Satanás procura distraer de Dios los
pensamientos y los afectos de los hombres y hacer que se fijen en
los agentes humanos; induce a los hombres a dar honra al mero
instrumento, ocultándole la Mano que dirige todos los sucesos de
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la providencia. Con demasiada frecuencia acontece que los maes-
tros religiosos así alabados y reverenciados, pierden de vista su