Se enciende una luz en Suiza
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profetas, de los pastores que velaban sobre sus ganados en los cerros
de Palestina donde los ángeles les hablaron del Niño de Belén y del
Hombre del Calvario.
Lo mismo que Juan Lutero, el padre de Zuinglio deseaba dar
educación a su hijo, para lo cual dejó éste su valle natal en tem-
prana edad. Su espíritu se desarrolló pronto, y resultó difícil saber
dónde podrían hallarle profesores competentes. A los trece años
fué a Berna, que poseía entonces la mejor escuela de Suiza. Sin
embargo, surgió un peligro que amenazaba dar en tierra con lo que
de él se esperaba. Los frailes hicieron esfuerzos muy resueltos para
seducirlo a que entrara en un convento. Los monjes franciscanos y
los dominicos rivalizaban por ganarse el favor del pueblo, y al efecto
se esmeraban a porfía en el adorno de los templos, en la pompa de
las ceremonias y en lo atractivo de las reliquias y de las imágenes
milagrosas.
Los dominicanos de Berna vieron que si les fuera posible ganar
a un joven de tanto talento obtendrían ganancias y honra. Su tierna
juventud, sus dotes de orador y escritor, y su genio musical y poético,
serían de más efecto que la pompa y el fausto desplegados en los
servicios, para atraer al pueblo y aumentar las rentas de su orden.
Valiéndose de engaños y lisonjas, intentaron inducir a Zuinglio a
que entrara en su convento. Cuando Lutero era estudiante se encerró
voluntariamente en una celda y se habría perdido para el mundo
si la providencia de Dios no le hubiera libertado. No se le dejó a
Zuinglio correr el mismo riesgo. Supo providencialmente su padre
cuáles eran los designios de los frailes, y como no tenía intención
de que su hijo siguiera la vida indigna y holgazana de los monjes,
vió que su utilidad para el porvenir estaba en inminente peligro, y le
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ordenó que regresara a su casa sin demora.
El mandato fué obedecido; pero el joven no podía sentirse con-
tento por mucho tiempo en su valle natal, y pronto volvió a sus
estudios, yéndose a establecer después de algún tiempo en Basilea.
En esta ciudad fué donde Zuinglio oyó por primera vez el Evangelio
de la gracia de Dios. Wittenbach, profesor de idiomas antiguos, había
sido llevado, en su estudio del griego y del hebreo, al conocimiento
de las Sagradas Escrituras, y por su medio la luz divina esparcía sus
rayos en las mentes de los estudiantes que recibían de él enseñanza.
Declaraba el catedrático que había una verdad más antigua y de valor