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El Conflicto de los Siglos
infinitamente más grande que las teorías enseñadas por los filósofos
y los escolásticos. Esta antigua verdad consistía en que la muerte de
Cristo era el único rescate del pecador. Estas palabras fueron para
Zuinglio como el primer rayo de luz que alumbra al amanecer.
Pronto fué llamado Zuinglio de Basilea, para entrar en la que
iba a ser la obra de su vida. Su primer campo de acción fué una
parroquia alpina no muy distante de su valle natal. Habiendo reci-
bido las órdenes sacerdotales, “se aplicó con ardor a investigar la
verdad divina; porque estaba bien enterado—dice un reformador
de su tiempo—de cuánto deben saber aquellos a quienes les está
confiado el cuidado del rebaño del Señor.”—Wylie, lib. 8, cap. 5.
A medida que escudriñaba las Escrituras, más claro le resultaba el
contraste entre las verdades en ellas encerradas y las herejías de
Roma. Se sometía a la Biblia y la reconocía como la Palabra de
Dios y única regla suficiente e infalible. Veia que ella debía ser su
propio intérprete. No se atrevía a tratar de explicar las Sagradas
Escrituras para sostener una teoría o doctrina preconcebida, sino que
consideraba su deber aprender lo que ellas enseñan directamente
y de un modo evidente. Procuraba valerse de toda ayuda posible
para obtener un conocimiento correcto y pleno de sus enseñanzas,
e invocaba al Espíritu Santo, el cual, declaraba él, quería revelar la
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verdad a todos los que la investigasen con sinceridad y en oración.
“Las Escrituras—decía Zuinglio—vienen de Dios, no del hom-
bre. Y ese mismo Dios que brilla en ellas te dará a entender que
las palabras son de Dios. La Palabra de Dios ... no puede errar.
Es brillante, se explica a sí misma, se descubre, ilumina el alma
con toda salvación y gracia, la consuela en Dios, y la humilla hasta
que se anonada, se niega a si misma, y se acoge a Dios.” Zuinglio
mismo había experimentado la verdad de estas palabras. Hablando
de ello, escribió lo siguiente: “Cuando ... comencé a consagrarme
enteramente a las Sagradas Escrituras, la filosofía y la teología [es-
colástica] me suscitaban objeciones sin número, y al fin resolví dejar
a un lado todas estas quimeras y aprender las enseñanzas de Dios en
toda su pureza, tomándolas de su preciosa Palabra. Desde entonces
pedí a Dios luz y las Escrituras llegaron a ser mucho más claras para
mí.”—
Id.,
cap. 6.
Zuinglio no había recibido de Lutero la doctrina que predicaba.
Era la doctrina de Cristo. “Si Lutero predica a Jesucristo—decía el