Capítulo 10—Progresos de la reforma
La misteriosa desaparición de Lutero despertó consternación en
toda Alemania, y por todas partes se oían averiguaciones acerca de
su paradero. Circulaban los rumores más descabellados y muchos
creían que había sido asesinado. Oíanse lamentos, no sólo entre sus
partidarios declarados, sino también entre millares de personas que
aún no se habían decidido abiertamente por la Reforma. Muchos se
comprometían por juramento solemne a vengar su muerte.
Los principales jefes del romanismo vieron aterrorizados a qué
grado había llegado la animosidad contra ellos, y aunque al princi-
pio se habían regocijado por la supuesta muerte de Lutero, pronto
desearon huir de la ira del pueblo. Los enemigos del reformador
no se habían visto tan preocupados por los actos más atrevidos que
cometiera mientras estaba entre ellos como por su desaparición. Los
que en su ira habían querido matar al arrojado reformador estaban
dominados por el miedo ahora que él no era más que un cautivo
indefenso. “El único medio que nos queda para salvarnos—dijo
uno—consiste en encender antorchas e ir a buscar a Lutero por toda
la tierra, para devolverle a la nación que le reclama.”—D’Aubigné,
lib. 9, cap. 1. El edicto del emperador parecía completamente in-
eficaz. Los legados del papa se llenaron de indignación al ver que
dicho edicto llamaba menos la atención que la suerte de Lutero.
Las noticias de que él estaba en salvo, aunque prisionero, calma-
ron los temores del pueblo y hasta acrecentaron el entusiasmo en su
favor. Sus escritos se leían con mayor avidez que nunca antes. Un
número siempre creciente de adeptos se unía a la causa del hombre
heroico que frente a desventajas abrumadoras defendía la Palabra de
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Dios. La Reforma iba cobrando constantemente fuerzas. La semilla
que Lutero había sembrado brotaba en todas partes. Su ausencia
realizó una obra que su presencia no habría realizado. Otros obreros
sintieron nueva responsabilidad al serles quitado su jefe, y con nueva
fe y ardor se adelantaron a hacer cuanto pudiesen para que la obra
tan noblemente comenzada no fuese estorbada.
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