Progresos de la reforma
169
Satanás empero no estaba ocioso. Intentó lo que ya había intenta-
do en otros movimientos de reforma, es decir engañar y perjudicar al
pueblo dándole una falsificación en lugar de la obra verdadera. Así
como hubo falsos cristos en el primer siglo de la iglesia cristiana,
así también se levantaron falsos profetas en el siglo XVI.
Unos cuantos hombres afectados íntimamente por la agitación
religiosa, se imaginaron haber recibido revelaciones especiales del
cielo, y se dieron por designados divinamente para llevar a feliz
término la obra de la Reforma, la cual, según ellos, había sido débil-
mente iniciada por Lutero. En realidad, lo que hacían era deshacer
la obra que el reformador había realizado. Rechazaban el gran prin-
cipio que era la base misma de la Reforma, es a saber, que la Palabra
de Dios es la regla perfecta de fe y práctica; y en lugar de tan infa-
lible guía substituían la norma variable e insegura de sus propios
sentimientos e impresiones. Y así, por haberse despreciado al único
medio seguro de descubrir el engaño y la mentira se le abrió camino
a Satanás para que a su antojo dominase los espíritus.
Uno de estos profetas aseveraba haber sido instruido por el ángel
Gabriel. Un estudiante que se le unió abandonó los estudios, decla-
rándose investido de poder por Dios mismo para exponer su Palabra.
Se les unieron otros, de por sí inclinados al fanatismo. Los procede-
res de estos iluminados crearon mucha excitación. La predicación
de Lutero había hecho sentir al pueblo en todas partes la necesidad
de una reforma, y algunas personas de buena fe se dejaron extraviar
por las pretensiones de los nuevos profetas.
[198]
Los cabecillas de este movimiento fueron a Wittenberg y expu-
sieron sus exigencias a Melanchton y a sus colaboradores. Decían:
“Somos enviados por Dios para enseñar al pueblo. Hemos conver-
sado familiarmente con Dios, y por lo tanto, sabemos lo que ha de
acontecer. Para decirlo en una palabra: somos apóstoles y profetas y
apelamos al doctor Lutero.”—
Id.,
cap. 7.
Los reformadores estaban atónitos y perplejos. Era éste un fac-
tor con que nunca habían tenido que habérselas y se hallaban sin
saber qué partido tomar. Melanchton dijo: “Hay en verdad espíritus
extraordinarios en estos hombres; pero ¿qué espíritus serán? ... Por
una parte debemos precavernos de contristar el Espíritu de Dios, y
por otra, de ser seducidos por el espíritu de Satanás.”—
Ibid
.