Página 175 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Progresos de la reforma
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Sin más tardar arriesgó el viaje. Se hallaba proscrito en todo
el imperio. Sus enemigos tenían libertad para quitarle la vida, y
a sus amigos les era prohibido protegerle. El gobierno imperial
aplicaba las medidas más rigurosas contra sus adherentes, pero vió
que peligraba la obra del Evangelio, y en el nombre del Señor se
adelantó sin miedo a combatir por la verdad.
En una carta que dirigió al elector, después de manifestar el
propósito que alentaba de salir de la Wartburg, decía: “Sepa su
alteza que me dirijo a Wittenberg bajo una protección más valiosa
que la de príncipes y electores. No he pensado solicitar la ayuda
de su alteza; y tan lejos estoy de impetrar vuestra protección, que
yo mismo abrigo más bien la esperanza de protegeros a vos. Si
supiese yo que su alteza querría o podría tomar mi defensa, no iría
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a Wittenberg. Ninguna espada material puede adelantar esta causa.
Dios debe hacerlo todo sin la ayuda o la cooperación del hombre. El
que tenga más fe será el que podrá presentar mejor defensa.”—
Id.,
cap. 8.
En una segunda carta que escribió, camino de Wittenberg, añadía
Lutero: “Héme aquí, dispuesto a sufrir la reprobación de su alteza y
el enojo del mundo entero. ¿No son los vecinos de Wittenberg mi
propia grey? ¿No los encomendó Dios a mi cuidado? y ¿no deberé,
si es necesario, dar mi vida por amor de ellos? Además, temo ver
una terrible revuelta en Alemania, que ha de acarrear a nuestro país
el castigo de Dios.”—
Id.,
cap. 7.
Con exquisita precaución y humildad, pero a la vez con deci-
sión y firmeza, volvió Lutero a su trabajo. “Con la Biblia—dijo,—
debemos rebatir y echar fuera lo que logró imponerse por medio
de la fuerza. Yo no deseo que se valgan de la violencia contra los
supersticiosos y los incrédulos... No hay que constreñir a nadie. La
libertad es la esencia misma de la fe.”—
Id.,
cap. 8.
Pronto se supo por todo Wittenberg que Lutero había vuelto y
que iba a predicar. El pueblo acudió de todas partes, al punto que no
podía caber en la iglesia. Subiendo al púlpito, instruyó el reformador
a sus oyentes; con notable sabiduría y mansedumbre los exhortó y
los amonestó. Refiriéndose en su sermón a las medidas violentas de
que algunos habían echado mano para abolir la misa, dijo:
“La misa es una cosa mala. Dios se opone a ella. Debería abo-
lirse, y yo desearía que en su lugar se estableciese en todas partes