Página 199 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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La reforma en Francia
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esperanza hacia lo porvenir y veían ya a Francia ganada para el
Evangelio.
Pero sus esperanzas no iban a realizarse. Pruebas y persecuciones
aguardaban a los discípulos de Cristo, si bien la misericordia divina
se las ocultaba, pues hubo un período de paz muy oportuno para
permitirles acopiar fuerzas para hacer frente a las tempestades, y la
Reforma se extendió con rapidez. El obispo de Meaux trabajó con
empeño en su propia diócesis para instruir tanto a los sacerdotes
como al pueblo. Los curas inmorales e ignorantes fueron removidos
de sus puestos, y en cuanto fué posible, se los reemplazó por hombres
instruídos y piadosos. El obispo se afanaba porque su pueblo tuviera
libre acceso a la Palabra de Dios y esto pronto se verificó. Lefevre
se encargó de traducir el Nuevo Testamento y al mismo tiempo que
la Biblia alemana de Lutero salía de la imprenta en Wittenberg,
el Nuevo Testamento francés se publicaba en Meaux. El obispo
no omitió esfuerzo ni gasto alguno para hacerlo circular entre sus
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feligreses, y muy pronto el pueblo de Meaux se vió en posesión de
las Santas Escrituras.
Así como los viajeros que son atormentados por la sed se regoci-
jan al llegar a un manantial de agua pura, así recibieron estas almas
el mensaje del cielo. Los trabajadores del campo y los artesanos
en el taller, amenizaban sus trabajos de cada día hablando de las
preciosas verdades de la Biblia. De noche, en lugar de reunirse en
los despachos de vinos, se congregaban unos en casas de otros para
leer la Palabra de Dios y unir sus oraciones y alabanzas. Pronto se
notó un cambio muy notable en todas estas comunidades. Aunque
formadas de gente de la clase humilde, dedicada al rudo trabajo y
carente de instrucción, se veía en ella el poder de la Reforma, y en la
vida de todos se notaba el efecto de la gracia divina que dignifica y
eleva. Mansos, amantes y fieles, resultaban ser como un testimonio
vivo de lo que el Evangelio puede efectuar en aquellos que lo reciben
con sinceridad de corazón.
La luz derramada en Meaux iba a extenderse más lejos. Cada día
aumentaba el número de los convertidos. El rey contuvo por algún
tiempo la ira del clero, porque despreciaba el estrecho fanatismo
de los frailes; pero al fin, los jefes papales lograron prevalecer.
Se levantó la hoguera. Al obispo de Meaux le obligaron a elegir
entre ella y la retractación, y optó por el camino más fácil; pero a