Página 205 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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La reforma en Francia
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En la Biblia encontró a Cristo. “¡Oh! Padre—exclamó,—su
sacrificio ha calmado tu ira; su sangre ha lavado mis manchas; su
cruz ha llevado mi maldición; su muerte ha hecho expiación por
mí. Habíamos inventado muchas locuras inútiles, pero tú has puesto
delante de mí tu Palabra como una antorcha y has conmovido mi
corazón para que tenga por abominables todos los méritos que no
sean los de Jesús.”—Martyn, tomo 3, cap. 13.
Calvino había sido educado para el sacerdocio. Tenía sólo doce
años cuando fué nombrado capellán de una pequeña iglesia y el
obispo le tonsuró la cabeza para cumplir con el canon eclesiástico.
No fué consagrado ni desempeñó los deberes del sacerdocio, pero sí
fué hecho miembro del clero, se le dió el título de su cargo y percibía
la renta correspondiente.
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Viendo entonces que ya no podría jamás llegar a ser sacerdote,
se dedicó por un tiempo a la jurisprudencia, y por último abandonó
este estudio para consagrarse al Evangelio. Pero no podía resolverse
a dedicarse a la enseñanza. Era tímido por naturaleza, le abrumaba
el peso de la responsabilidad del cargo y deseaba seguir dedicándose
aún al estudio. Las reiteradas súplicas de sus amigos lograron por fin
convencerle. “Cuán maravilloso es—decía—que un hombre de tan
bajo origen llegue a ser elevado hasta tan alta dignidad.”—Wylie,
lib. 13, cap. 9.
Calvino empezó su obra con ánimo tranquilo y sus palabras eran
como el rocío que refresca la tierra. Se había alejado de París y
ahora se encontraba en un pueblo de provincia bajo la protección
de la princesa Margarita, la cual, amante como lo era del Evangelio,
extendía su protección a los que lo profesaban. Calvino era joven
aún, de continente discreto y humilde. Comenzó su trabajo visitando
a los lugareños en sus propias casas. Allí, rodeado de los miembros
de la familia, leía la Biblia y exponía las verdades de la salvación.
Los que oían el mensaje, llevaban las buenas nuevas a otros, y pronto
el maestro fué más allá, a otros lugares, predicando en los pueblos y
villorrios. Se le abrían las puertas de los castillos y de las chozas, y
con su obra colocaba los cimientos de iglesias de donde iban a salir
más tarde los valientes testigos de la verdad.
A los pocos meses estaba de vuelta en París. Reinaba gran agita-
ción en el círculo de literatos y estudiantes. El estudio de los idiomas
antiguos había sido causa de que muchos fijaran su atención en la