Página 208 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
escondido por árboles y rocas sobresalientes. En pequeños grupos, y
saliendo de la ciudad por diferentes partes, se congregaban allí. En
ese retiro se leía y explicaba la Biblia. Allí celebraron por primera
vez los protestantes de Francia la Cena del Señor. De esta pequeña
iglesia fueron enviados a otros lugares varios fieles evangelistas.
Calvino volvió a París. No podía abandonar la esperanza de
que Francia como nación aceptase la Reforma. Pero halló cerradas
casi todas las puertas. Predicar el Evangelio era ir directamente
a la hoguera, y resolvió finalmente partir para Alemania. Apenas
había salido de Francia cuando estalló un movimiento contra los
protestantes que de seguro le hubiera envuelto en la ruina general, si
se hubiese quedado.
Los reformadores franceses, deseosos de ver a su país marchar
de consuno con Suiza y Alemania, se propusieron asestar a las
supersticiones de Roma un golpe audaz que hiciera levantarse a
toda la nación. Con este fin en una misma noche y en toda Francia
se fijaron carteles que atacaban la misa. En lugar de ayudar a la
Reforma, este movimiento inspirado por el celo más que por el
buen juicio reportó un fracaso no sólo para sus propagadores, sino
también para los amigos de la fe reformada por todo el país. Dió
a los romanistas lo que tanto habían deseado: una coyuntura de la
cual sacar partido para pedir que se concluyera por completo con
los herejes a quienes tacharon de perturbadores peligrosos para la
estabilidad del trono y la paz de la nación.
Una mano secreta, la de algún amigo indiscreto, o la de algún
astuto enemigo, pues nunca quedó aclarado el asunto, fijó uno de los
carteles en la puerta de la cámara particular del rey. El monarca se
horrorizó. En ese papel se atacaban con acritud supersticiones que
por siglos habían sido veneradas. La ira del rey se encendió por el
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atrevimiento sin igual de los que introdujeron hasta su real presencia
aquellos escritos tan claros y precisos. En su asombro quedó el rey
por algún tiempo tembloroso y sin articular palabra alguna. Luego
dió rienda suelta a su enojo con estas terribles palabras: “Préndase a
todos los sospechosos de herejía luterana... Quiero exterminarlos a
todos.”—
Id.,
lib. 4, cap. 10. La suerte estaba echada. El rey resolvió
pasarse por completo al lado de Roma.
Se tomaron medidas para arrestar a todos los luteranos que se
hallasen en París. Un pobre artesano, adherente a la fe reformada, que