La reforma en Francia
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Cristo, no son para descritos; pero no hubo desfallecimiento en las
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víctimas. Al ser instado uno de esos hombres para que se retractase,
dijo: “Yo sólo creo en lo que los profetas y apóstoles predicaron
en los tiempos antiguos, y en lo que la comunión de los santos ha
creído. Mi fe confía de tal manera en Dios que puedo resistir a todos
los poderes del infierno.”—D’Aubigné,
Histoire de la Réformation
au temps de Calvin,
lib. 4, cap. 12.
La procesión se detenía cada vez frente a los sitios de tormento.
Al volver al lugar de donde había partido, el palacio real, se dispersó
la muchedumbre y se retiraron el rey y los prelados, satisfechos de
los autos de aquel día y congratulándose entre sí porque la obra así
comenzada se proseguiría hasta lograrse la completa destrucción de
la herejía.
El Evangelio de paz que Francia había rechazado iba a ser arran-
cado de raíz, lo que acarrearía terribles consecuencias. El 21 de enero
de 1793, es decir, a los doscientos cincuenta y ocho años cabales,
contados desde aquel día en que Francia entera se comprometiera
a perseguir a los reformadores, otra procesión, organizada con un
fin muy diferente, atravesaba las calles de París. “Nuevamente era el
rey la figura principal; otra vez veíase el mismo tumulto y oíase la
misma gritería; pedíanse de nuevo más víctimas; volviéronse a erigir
negros cadalsos, y nuevamente las escenas del día se clausuraron con
espantosas ejecuciones; Luis XVI fué arrastrado a la guillotina, for-
cejeando con sus carceleros y verdugos que lo sujetaron fuertemente
en la temible máquina hasta que cayó sobre su cuello la cuchilla y
separó de sus hombros la cabeza que rodó sobre los tablones del
cadalso.”—Wylie, lib. 13, cap. 21. Y no fué él la única víctima; allí
cerca del mismo sitio perecieron decapitados por la guillotina dos
mil ochocientos seres humanos, durante el sangriento reinado del
terror.
La Reforma había presentado al mundo una Biblia abierta, había
desatado los sellos de los preceptos de Dios, e invitado al pueblo
a cumplir sus mandatos. El amor infinito había presentado a los
hombres con toda claridad los principios y los estatutos del cielo.
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Dios había dicho: “Los guardaréis pues para cumplirlos; porque
en esto consistirá vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a la vista
de las naciones; las cuales oirán hablar de todos estos estatutos, y
dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido es esta gran nación.”