El despertar de España
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conventual habíase corrompido al extremo de que los monjes más
virtuosos no podían ya soportarla.”—Kurtz,
Kirchengeschichte,
sec.
125. Otras muchas personas relacionadas con la iglesia se aseme-
jaban muy poco a Jesús y a sus apóstoles. Los católicos sinceros,
que amaban y honraban la antigua religión, se horrorizaban ante el
espectáculo que se les ofrecía por doquiera. Entre todas las clases
sociales se notaba “una viva percepción de las corrupciones” que se
habían introducido en la iglesia, y “un profundo y general anhelo
por la reforma,”—
Id.,
sec. 122.
“Deseosos de respirar un ambiente más sano, surgieron por todas
partes evangelistas inspirados por una doctrina más pura.”—
Id.,
sec.
125. Muchos católicos cristianos, nobles y serios, entre los que se
contaban no pocos del clero español e italiano, uniéronse a dicho
movimiento, que rápidamente iba extendiéndose por Alemania y
Francia. Como lo declaró el sabio arzobispo de Toledo, Bartolomé
de Carranza, en sus
Comentarios del Catecismo
, aquellos piadosos
prelados querían ver “revivir en su sencillez y pureza el antiguo espí-
ritu de nuestros antepasados y de la iglesia primitiva.”—Bartolomé
Carranza y Miranda,
Comentarios sobre el catecismo cristiano,
Am-
beres, 1558, pág. 233; citado por Kurtz, sec. 139.
El clero de España era competente para temar parte directiva en
este retorno al cristianismo primitivo. Siempre amante de la libertad,
el pueblo español durante los primeros siglos de la era cristiana
se había negado resueltamente a reconocer la supremacía de los
obispos de Roma; y sólo después de transcurridos ocho siglos le
reconocieron al fin a Roma el derecho de entremeterse con autoridad
en sus asuntos internos. Fué precisamente con el fin de aniquilar ese
espíritu de libertad, característico del pueblo español hasta en los
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siglos posteriores en que había reconocido ya la supremacía papal,
con el que, en 1483, Fernando e Isabel, en hora fatal para España,
permitieron el establecimiento de la Inquisición como tribunal per-
manente en Castilla y su restablecimiento en Aragón, con Tomás de
Torquemada como inquisidor general.
Durante el reinado de Carlos Quinto “la represión de las liberta-
des del pueblo, que ya había ido tan lejos en tiempo de su abuelo,
y que su hijo iba a reducir a sistema, siguió desenfrenadamente, ...
no obstante las apelaciones de las Cortes. Todas las artes de su fa-
moso ministro, el cardenal Jiménez, fueron requeridas para impedir