El despertar de España
227
Respecto al carácter y posición social de los que se unieron al
movimiento reformador en España, se expresa así el historiador:
“Tal vez no hubo nunca en país alguno tan gran proporción de
[265]
personas ilustres, por su cuna o por su saber, entre los convertidos a
una religión nueva y proscrita. Esta circunstancia ayuda a explicar
el hecho singular de que un grupo de disidentes que no bajaría
de dos mil personas, diseminadas en tan vasto país, y débilmente
relacionadas unas con otras, hubiese logrado comunicar sus ideas
y tener sus reuniones privadas durante cierto número de años, sin
ser descubierto por un tribunal tan celoso como lo fué el de la
Inquisición.”—
Ibid
.
Al paso que la Reforma se propagaba por todo el norte de España,
con Valladolid por centro, una obra de igual importancia, centrali-
zada en Sevilla, llevábase a cabo en el sur. Merced a una serie de
circunstancias providenciales, Rodrigo de Valero, joven acaudalado,
fué inducido a apartarse de los deleites y pasatiempos de los ricos
ociosos y a hacerse heraldo del Evangelio de Cristo. Hízose de un
ejemplar de la Vulgata, y aprovechaba todas las oportunidades para
aprender el latín, en que estaba escrita su Biblia. “A fuerza de estu-
diar día y noche,” pronto logró familiarizarse con las enseñanzas de
las Sagradas Escrituras. El ideal sostenido por ellas era tan patente y
diferente del del clero, que Valero se sintió obligado a hacerle ver
a éste cuánto se habían apartado del cristianismo primitivo todas
las clases sociales, tanto en cuanto a la fe como en cuanto a las
costumbres; la corrupción de su propia orden, que había contribuido
a inficionar toda la comunidad cristiana; y el sagrado deber que le
incumbía a la orden de aplicar inmediato y radical remedio antes que
el mal se volviera del todo incurable. Estas representaciones iban
siempre acompañadas de una apelación a las Sagradas Escrituras
como autoridad suprema en materia de religión, y de una exposición
de las principales doctrinas que aquéllas enseñan.”—
Id.,
cap. 4. “Y
esto lo decía—escribe Cipriano de Valera—no por rincones, sino en
medio de las plazas y calles, y en las gradas de Sevilla.”—Cipriano
de Valera,
Dos tratados del papa, y de la misa,
págs. 242-246.
[266]
El más distinguido entre los conversos de Rodrigo de Valero fué
el Dr. Egidio (Juan Gil), canónigo mayor de la corte eclesiástica de
Sevilla (De Castro, pág. 109), quien, no obstante su extraordinario
saber, no logró por muchos años alcanzar popularidad como pre-