Página 24 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
tado, poniendo en libertad a los cautivos, dando vista a los ciegos,
haciendo andar a los cojos y oír a los sordos, limpiando a los lepro-
sos, resucitando muertos y predicando el Evangelio a los pobres.
Hechos 10:38
;
Lucas 4:18
;
Mateo 11:5
. A todas las clases sociales
por igual dirigía el llamamiento de gracia: “Venid a mí todos los
que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar.”
Mateo
11:28
.
A pesar de recibir por recompensa el mal por el bien y el odio a
cambio de su amor (
Salmos 109:5
), prosiguió con firmeza su misión
de paz y misericordia. Jamás fué rechazado ninguno de los que se
acercaron a él en busca de su gracia. Errante y sin hogar, sufriendo
cada día oprobio y penurias, sólo vivió para ayudar a los pobres,
aliviar a los agobiados y persuadirlos a todos a que aceptasen el
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don de vida. Los efluvios de la misericordia divina eran rechazados
por aquellos corazones endurecidos y reacios pero volvían sobre
ellos con más vigor, impulsados por la augusta compasión y por la
fuerza del amor que sobrepuja a todo entendimiento. Israel empero
se alejó de él, apartándose así de su mejor Amigo y de su único
Auxiliador. Su amor fué despreciado, rechazados sus dulces consejos
y ridiculizadas sus cariñosas amonestaciones.
La hora de esperanza y de perdón transcurrió rápidamente. La
copa de la ira de Dios, por tanto tiempo contenida, estaba casi llena.
La nube que había ido formándose a través de los tiempos de apos-
tasía y rebelión, veíase ya negra, cargada de maldiciones, próxima a
estallar sobre un pueblo culpable; y el único que podía librarle de
su suerte fatal inminente había sido menospreciado, escarnecido y
rechazado, y en breve lo iban a crucificar. Cuando el Cristo estuviera
clavado en la cruz del Calvario, ya habría transcurrido para Israel su
día como nación favorecida y saciada de las bendiciones de Dios. La
pérdida de una sola alma se considera como una calamidad infinita-
mente más grande que la de todas las ganancias y todos los tesoros
de un mundo; pero mientras Jesús fijaba su mirada en Jerusalén, veía
la ruina de toda una ciudad, de todo un pueblo; de aquella ciudad y
de aquel pueblo que habían sido elegidos de Dios, su especial tesoro.
Los profetas habían llorado la apostasía de Israel y lamentado las
terribles desolaciones con que fueron castigadas sus culpas. Jeremías
deseaba que sus ojos se volvieran manantiales de lágrimas para llorar
día y noche por los muertos de la hija de su pueblo y por el rebaño