En los Países Bajos y Escandinavia
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bueno y lo santo.”—
Id.,
lib. 1, pág. 14. Esto es lo que escribían en el
siglo XII los amigos de la antigua fe.
Luego empezaron las persecuciones de Roma; pero en medio
de hogueras y tormentos seguían multiplicándose los creyentes que
declaraban con firmeza que la Biblia es la única autoridad infalible
en materia de religión, y que “ningún hombre debe ser obligado a
creer, sino que debe ser persuadido por la predicación.”—Martyn,
tomo 2, pág. 87.
Las enseñanzas de Lutero hallaron muy propicio terreno en los
Países Bajos, y levantáronse hombres fieles y sinceros a predicar
el Evangelio. De una de las provincias de Holanda vino Menno
Simonis. Educado católico romano, y ordenado para el sacerdocio,
desconocía por completo la Biblia, y no quería leerla por temor de
ser inducido en herejía. Cuando le asaltó una duda con respecto a la
doctrina de la transubstancíación, la consideró como una tentación de
Satanás, y por medio de oraciones y confesiones trató, pero en vano,
de librarse de ella. Participando en escenas de disipación, procuró
acallar la voz acusadora de su conciencia, pero inútilmente. Después
de algún tiempo, fué inducido a estudiar el Nuevo Testamento, y
esto unido a los escritos de Lutero, le hizo abrazar la fe reformada.
Poco después, presenció en un pueblo vecino la decapitación de un
hombre por el delito de haber sido bautizado de nuevo. Esto le indujo
a estudiar las Escrituras para investigar el asunto del bautismo de
los niños. No pudo encontrar evidencia alguna en favor de él, pero
comprobó que en todos los pasajes relativos al bautismo, la condición
impuesta para recibirlo era que se manifestase arrepentimiento y fe.
Menno abandonó la iglesia romana y consagró su vida a enseñar
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las verdades que había recibido. Se había levantado en Alemania
y en los Países Bajos cierta clase de fanáticos que defendían doc-
trinas sediciosas y absurdas, contrarias al orden y a la decencia,
y originaban agitaciones y tumultos. Menno previo las funestas
consecuencias a que llevarían estos movimientos y se opuso con
energía a las erróneas doctrinas y a los designios desenfrenados de
los fanáticos. Fueron muchos los que, habiendo sido engañados por
aquellos perturbadores, volvieron sobre sus pasos y renunciaron a
sus perniciosas doctrinas. Además, quedaban muchos descendientes
de los antiguos cristianos, fruto de las enseñanzas de los valdenses.