Página 266 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
mente lo que en ella pudiera haber de obscuro; vino para poner de
manifiesto la verdad y la importancia de cada una de sus partes;
para demostrar su longitud y su anchura, y la medida exacta de cada
mandamiento que la ley contiene y al mismo tiempo la altura y la
profundidad, la inapreciable pureza y la espiritualidad de ella en
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todas sus secciones.”—Wesley, sermón 25.
Wesley demostró la perfecta armonía que existe entre la ley y
el Evangelio. “Existe, pues, entre la ley y el Evangelio la relación
más estrecha que se pueda concebir. Por una parte, la ley nos abre
continuamente paso hacia el Evangelio y nos lo señala; y por otra, el
Evangelio nos lleva constantemente a un cumplimiento exacto de la
ley. La ley, por ejemplo, nos exige que amemos a Dios y a nuestro
prójimo, y que seamos mansos, humildes y santos. Nos sentimos
incapaces de estas cosas y aun más, sabemos que ‘a los hombres
esto es imposible;’ pero vemos una promesa de Dios de darnos ese
amor y de hacernos humildes, mansos y santos; nos acogemos a este
Evangelio y a estas alegres nuevas; se nos da conforme a nuestra fe;
y ‘la justicia de la ley se cumple en nosotros’ por medio de la fe que
es en Cristo Jesús...
“Entre los más acérrimos enemigos del Evangelio de Cristo—
dijo Wesley,—se encuentran aquellos que ‘juzgan la ley’ misma
abierta y explícitamente y ‘hablan mal de ella;’ que enseñan a los
hombres a quebrantar (a disolver, o anular la obligación que impone)
no sólo uno de los mandamientos de la ley, ya sea el menor o el
mayor, sino todos ellos de una vez... La más sorprendente de todas
las circunstancias que acompañan a este terrible engaño, consiste
en que los que se entregan a él creen que realmente honran a Cristo
cuando anulan su ley, y que ensalzan su carácter mientras destruyen
su doctrina. Sí, le honran como le honró Judas cuando le dijo: ‘Salve,
Maestro. Y le besó.’ Y él podría decir también a cada uno de ellos:
‘¿Con beso entregas al Hijo del hombre?’ No es otra cosa que entre-
garle con un beso hablar de su sangre y despojarle al mismo tiempo
de su corona; despreciar una parte de sus preceptos, con el pretexto
de hacer progresar su Evangelio. Y en verdad nadie puede eludir el
cargo, si predica la fe de una manera que directa o indirectamente
haga caso omiso de algún aspecto de la obediencia: si predica a
Cristo de un modo que anule o debilite en algo el más pequeño de
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los mandamientos de Dios.”—
Id.,
sermón 35.