Página 275 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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La Biblia y la Revolución Francesa
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Oró; y a los cuatro meses de la matanza, ... escuchó complacido el
sermón de un sacerdote francés, ... que habló de ‘ese día tan lleno
de dicha y alegría, cuando el santísimo padre recibió la noticia y se
encaminó hacia San Luis en solemne comitiva para dar gracias a
Dios.’”—H. White,
The Massacre of St. Bartholomew,
cap. 14.
El mismo espíritu maestro que impulsó la matanza de San Bar-
tolomé fué también el que dirigió las escenas de la Revolución.
Jesucristo fué declarado impostor, y el grito de unión de los incrédu-
los franceses era: “Aplastad al infame,” lo cual decían refiriéndose
a Cristo. Las blasfemias contra el cielo y las iniquidades más abo-
minables se daban la mano, y eran exaltados a los mejores puestos
los hombres más degradados y los más entregados al vicio y a la
crueldad. En todo esto no se hacía más que tributar homenaje su-
premo a Satanás, mientras que se crucificaba a Cristo en sus rasgos
característicos de verdad, pureza y amor abnegado.
“La bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y pre-
valecerá contra ellos y los matará.” El poder ateo que gobernó a
Francia durante la Revolución y el reinado del terror, hizo a Dios
y a la Biblia una guerra como nunca la presenciara el mundo. El
culto de la Deidad fué abolido por la asamblea nacional. Se recogían
Biblias para quemarlas en las calles haciendo cuanta burla de ellas
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se podía. La ley de Dios fué pisoteada; las instituciones de la Biblia
abolidas; el día del descanso semanal fué abandonado y en su lugar
se consagraba un día de cada diez a la orgía y a la blasfemia. El
bautismo y la comunión quedaron prohibidos. Y en los sitios más a
la vista en los cementerios se fijaron avisos en que se declaraba que
la muerte era un sueño eterno.
El temor de Dios, decían, dista tanto de ser el principio de la
sabiduría que más bien puede considerársele como principio de la
locura. Quedó prohibida toda clase de culto religioso a excepción
del tributado a la libertad y a la patria. El “obispo constitucional
de París fué empujado a desempeñar el papel más importante en la
farsa más desvergonzada que jamás fuera llevada a cabo ante una
representación nacional... Lo sacaron en pública procesión para que
manifestase a la convención que la religión que él había enseñado
por tantos años, era en todos respectos una tramoya del clero, sin
fundamento alguno en la historia ni en la verdad sagrada. Negó
solemnemente y en los términos más explícitos la existencia de la