Página 284 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
talla donde las luchas eran inspiradas y dirigidas por las violencias
y las pasiones. “En París sucedíanse los tumultos uno a otro y los
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ciudadanos divididos en diversos partidos, no parecían llevar otra
mira que el exterminio mutuo.” Y para agravar más aun la miseria
general, la nación entera se vió envuelta en prolongada y devastadora
guerra con las mayores potencias de Europa. “El país estaba casi en
bancarrota, el ejército reclamaba pagos atrasados, los parisienses se
morían de hambre, las provincias habían sido puestas a saco por los
bandidos y la civilización casi había desaparecido en la anarquía y
la licencia.”
Harto bien había aprendido el pueblo las lecciones de crueldad y
de tormento que con tanta diligencia Roma le enseñara. Al fin había
llegado el día de la retribución. Ya no eran los discípulos de Jesús
los que eran arrojados a las mazmorras o a la hoguera. Tiempo hacía
ya que éstos habían perecido o que se hallaban en el destierro; la
desapiadada Roma sentía ya el poder mortífero de aquellos a quienes
ella había enseñado a deleitarse en la perpetración de crímenes
sangrientos. “El ejemplo de persecución que había dado el clero de
Francia durante varios siglos se volvía contra él con señalado vigor.
Los cadalsos se teñían con la sangre de los sacerdotes. Las galeras y
las prisiones en donde antes se confinaba a los hugonotes, se hallaban
ahora llenas de los perseguidores de ellos. Sujetos con cadenas al
banquillo del buque y trabajando duramente con los remos, el clero
católico romano experimentaba los tormentos que antes con tanta
prodigalidad infligiera su iglesia a los mansos herejes.”
(Véase el
Apéndice.)
“Llegó entonces el día en que el código más bárbaro que jamás
se haya conocido fué puesto en vigor por el tribunal más bárbaro que
se hubiera visto hasta entonces; día aquél en que nadie podía saludar
a sus vecinos, ni a nadie se le permitía que hiciese oración ... so pena
de incurrir en el peligro de cometer un crimen digno de muerte; en
que los espías acechaban en cada esquina; en que la guillotina no
cesaba en su tarea día tras día; en que las cárceles estaban tan llenas
de presos que más parecían galeras de esclavos; y en que las acequias
corrían al Sena llevando en sus raudales la sangre de las víctimas...
Mientras que en París se llevaban cada día al suplicio carros repletos
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de sentenciados a muerte, los procónsules que eran enviados por
el comité supremo a los departamentos desplegaban tan espantosa