Página 297 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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América, tierra de libertad
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cuidadosamente en los hogares, en las escuelas y en las iglesias, y sus
frutos se hicieron manifiestos, en lo que se ganó en inteligencia, en
pureza y en templanza. Podíase vivir por años entre los puritanos “sin
ver un borracho, ni oír una blasfemia ni encontrar un mendigo.”—
Bancroft, parte 1, cap. 19. Quedaba demostrado que los principios de
la Biblia son las más eficaces salvaguardias de la grandeza nacional.
Las colonias débiles y aisladas vinieron a convertirse pronto en
una confederación de estados poderosos, y el mundo pudo fijarse
admirado en la paz y prosperidad de una “iglesia sin papa y de un
estado sin rey.”
Pero un número siempre creciente de inmigrantes arribaba a las
playas de América, atraído e impulsado por motivos muy distintos
de los que alentaran a los primeros peregrinos. Si bien la fe pri-
mitiva y la pureza ejercían amplia influencia y poder subyugador,
estas virtudes se iban debilitando más y más cada día en la misma
proporción en que iba en aumento el número de los que llegaban
guiados tan sólo por la esperanza de ventajas terrenales.
La medida adoptada por los primitivos colonos de no conceder
voz ni voto ni tampoco empleo alguno en el gobierno civil sino a
los miembros de la iglesia, produjo resultados perniciosos. Dicha
medida había sido tomada para conservar la pureza del estado, pero
dió al fin por resultado la corrupción de la iglesia. Siendo indispen-
sable profesar la religión para poder tomar parte en la votación o
para desempeñar un puesto público, muchos se unían a la iglesia tan
sólo por motivos de conveniencia mundana y de intrigas políticas,
sin experimentar un cambio de corazón. Así llegaron las iglesias a
componerse en considerable proporción de gente no convertida, y
en el ministerio mismo había quienes no sólo erraban en la doctrina,
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sino que ignoraban el poder regenerador del Espíritu Santo. De este
modo quedó otra vez demostrado el mal resultado que tan a menudo
comprobamos en la historia de la iglesia desde el tiempo de Constan-
tino hasta hoy, y que da el pretender fundar la iglesia valiéndose de
la ayuda del estado, y el apelar al poder secular para el sostenimiento
del Evangelio de Aquel que dijo: “Mi reino no es de este mundo.”
Juan 18:36
. El consorcio de la iglesia con el estado, por muy poco
estrecho que sea, puede en apariencia acercar el mundo a la iglesia,
mientras que en realidad es la iglesia la que se acerca al mundo.