Página 312 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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El Conflicto de los Siglos
12:35
. Los que se apartan de la luz que Dios les ha dado, o no la
procuran cuando está a su alcance, son dejados en las tinieblas. Pero
el Salvador dice también: “El que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida.”
Juan 8:12 (VM)
. Cualquiera que
con rectitud de corazón trate de hacer la voluntad de Dios siguiendo
atentamente la luz que ya le ha sido dada, recibirá aun más luz; a
esa alma le será enviada alguna estrella de celestial resplandor para
guiarla a la plenitud de la verdad.
Cuando se produjo el primer advenimiento de Cristo, los sacer-
dotes y los fariseos de la ciudad santa, a quienes fueran confiados
los oráculos de Dios, habrían podido discernir las señales de los
tiempos y proclamar la venida del Mesías prometido. La profecía de
Miqueas señalaba el lugar de su nacimiento.
Miqueas 5:2
. Daniel
especificaba el tiempo de su advenimiento.
Daniel 9:25
. Dios había
encomendado estas profecías a los caudillos de Israel; no tenían pues
excusa por no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no
habérselo dicho al pueblo. Su ignorancia era resultado de culpable
descuido. Los judíos estaban levantando monumentos a los profetas
de Dios que habían sido muertos, mientras que con la deferencia con
que trataban a los grandes de la tierra estaban rindiendo homenaje a
los siervos de Satanás. Absortos en sus luchas ambiciosas por los
honores mundanos y el poder, perdieron de vista los honores divinos
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que el Rey de los cielos les había ofrecido.
Los ancianos de Israel deberían haber estudiado con profundo
y reverente interés el lugar, el tiempo, las circunstancias del mayor
acontecimiento de la historia del mundo: la venida del Hijo de
Dios para realizar la redención del hombre. Todo el pueblo debería
haber estado velando y esperando para hallarse entre los primeros en
saludar al Redentor del mundo. En vez de todo esto, vemos, en Belén,
a dos caminantes cansados que vienen de los collados de Nazaret,
y que recorren toda la longitud de la angosta calle del pueblo hasta
el extremo este de la ciudad, buscando en vano lugar de descanso y
abrigo para la noche. Ninguna puerta se abre para recibirlos. En un
miserable cobertizo para el ganado, encuentran al fin un refugio, y
allí fué donde nació el Salvador del mundo.
Los ángeles celestiales habían visto la gloria de la cual el Hijo
de Dios participaba con el Padre antes que el mundo existiese, y
habían esperado con intenso interés su advenimiento en la tierra