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El Conflicto de los Siglos
que se oían en casa de su padre mientras que diariamente se reunían
piadosos correligionarios para recordar las esperanzas de su pueblo,
la gloria del Mesías venidero y la restauración de Israel. Un día,
cuando el niño oyó mencionar a Jesús de Nazaret, preguntó quién
era. “Un israelita del mayor talento—le contestaron;—pero como
aseveraba ser el Mesías, el tribunal judío le sentenció a muerte.”
“¿Por qué entonces—siguió preguntando el niño—está Jerusalén
destruída? ¿y por qué estamos cautivos?” “¡Ay, ay!—contestó su
padre.—Es porque los judíos mataron a los profetas.” Inmediata-
mente se le ocurrió al niño que “tal vez Jesús de Nazaret había sido
también profeta, y los judíos le mataron siendo inocente.”—
Travels
and Adventures of the Rev. Joseph Wolff,
tomo 1, pág. 6. Este sen-
timiento era tan vivo, que a pesar de haberle sido prohibido entrar
en iglesias cristianas, a menudo se acercaba a ellas para escuchar la
predicación.
Cuando tenía apenas siete años habló un día con jactancia a
un anciano cristiano vecino suyo del triunfo futuro de Israel y del
advenimiento del Mesías. El anciano le dijo entonces con bondad:
“Querido niño, te voy a decir quién fué el verdadero Mesías: fué
Jesús de Nazaret, ... a quien tus antepasados crucificaron, como tam-
bién habían matado a los antiguos profetas. Anda a casa y lee el
capítulo cincuenta y tres de Isaías, y te convencerás de que Jesucristo
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es el Hijo de Dios.”—
Id.,
tomo 1, pág. 7. No tardó el niño en conven-
cerse. Se fué a casa y leyó el pasaje correspondiente, maravillándose
al ver cuán perfectamente se había cumplido en Jesús de Nazaret.
¿Serían verdad las palabras de aquel cristiano? El muchacho pidió
a su padre que le explicara la profecía; pero éste lo recibió con tan
severo silencio que nunca más se atrevió a mencionar el asunto. Pero
el incidente ahondó su deseo de saber más de la religión cristiana.
El conocimiento que buscaba le era negado premeditadamente
en su hogar judío; pero cuando tuvo once años dejó la casa de su
padre y salió a recorrer el mundo para educarse por sí mismo y para
escoger su religión y su profesión. Se albergó por algún tiempo
en casa de unos parientes, pero no tardó en ser expulsado como
apóstata, y solo y sin un centavo tuvo que abrirse camino entre
extraños. Fué de pueblo en pueblo, estudiando con diligencia, y
ganándose la vida enseñando hebreo. Debido a la influencia de un
maestro católico, fué inducido a aceptar la fe romanista, y se propuso