Página 367 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Un gran despertar religioso
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ción, y las palabras: “Empero del día y hora nadie sabe” seguían
siendo repetidas por los atrevidos escarnecedores y hasta por los que
profesaban ser ministros de Cristo. Cuando la gente se despertaba
y empezaba a inquirir el camino de la salvación, los maestros en
religión se interponían entre ellos y la verdad, tratando de tranqui-
lizar sus temores con falsas interpretaciones de la Palabra de Dios.
Los atalayas infieles colaboraban en la obra del gran engañador,
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clamando: Paz, paz, cuando Dios no había hablado de paz. Como
los fariseos en tiempo de Cristo, muchos se negaban a entrar en el
reino de los cielos, e impedían a los que querían entrar. La sangre
de esas almas será demandada de sus manos.
Los miembros más humildes y piadosos de las iglesias eran
generalmente los primeros en aceptar el mensaje. Los que estudiaban
la Biblia por sí mismos no podían menos que echar de ver que
el carácter de las opiniones corrientes respecto de la profecía era
contrario a las Sagradas Escrituras; y dondequiera que el pueblo no
estuviese sujeto a la influencia del clero y escudriñara la Palabra
de Dios por sí mismo, la doctrina del advenimiento no necesitaba
más que ser cotejada con las Escrituras para que se reconociese su
autoridad divina.
Muchos fueron perseguidos por sus hermanos incrédulos. Para
conservar sus puestos en las iglesias, algunos consintieron en guardar
silencio respecto a su esperanza; pero otros sentían que la fidelidad
para con Dios les prohibía tener así ocultas las verdades que él les
había comunicado. No pocos fueron excluidos de la comunión de
la iglesia por la única razón de haber dado expresión a su fe en
la venida de Cristo. Muy valiosas eran estas palabras del profeta
dirigidas a los que sufrían esa prueba de su fe: “Vuestros hermanos
los que os aborrecen, y os niegan por causa de mi nombre, dijeron:
Glorifíquese Jehová. Mas él se mostrará con alegría vuestra, y ellos
serán confundidos.”
Isaías 66:5
.
Los ángeles de Dios observaban con el más profundo interés
el resultado de la amonestación. Cuando las iglesias rechazaban el
mensaje, los ángeles se apartaban con tristeza. Sin embargo, eran
muchos los que no habían sido probados con respecto a la verdad del
advenimiento. Muchos se dejaron descarriar por maridos, esposas,
padres o hijos, y se les hizo creer que era pecado prestar siquiera
oídos a las herejías enseñadas por los adventistas. Los ángeles reci-