Página 373 - El Conflicto de los Siglos (1954)

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Una amonestación rechazada
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de haber rechazado el Evangelio, los judíos siguieron conservando
ansiosamente sus antiguos ritos, y guardaron intacto su exclusivismo
nacional, mientras que ellos mismos no podían menos que confesar
que la presencia de Dios ya no se manifestaba más entre ellos. La
profecía de Daniel señalaba de modo tan exacto el tiempo de la veni-
da del Mesías y predecía tan a las claras su muerte, que ellos trataban
de desalentar el estudio de ella, y finalmente los rabinos pronuncia-
ron una maldición sobre todos los que intentaran computar el tiempo.
En su obcecación e impenitencia, el pueblo de Israel ha permane-
cido durante mil ochocientos años indiferente a los ofrecimientos
de salvación gratuita, así como a las bendiciones del Evangelio, de
modo que constituye una solemne y terrible advertencia del peligro
que se corre al rechazar la luz del cielo.
Dondequiera que esta causa exista, seguirán los mismos resulta-
dos. Quien deliberadamente mutila su conciencia del deber porque
ella está en pugna con sus inclinaciones, acabará por perder la fa-
cultad de distinguir entre la verdad y el error. La inteligencia se
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entenebrece, la conciencia se insensibiliza, el corazón se endurece,
y el alma se aparta de Dios. Donde se desdeña o se desprecia la
verdad divina, la iglesia se verá envuelta en tinieblas; la fe y el amor
se enfriarán, y entrarán el desvío y la disensión. Los miembros de
las iglesias concentran entonces sus intereses y energías en asuntos
mundanos, y los pecadores se endurecen en su impenitencia.
El mensaje del primer ángel en el capítulo 14 del Apocalipsis,
que anuncia la hora del juicio de Dios y que exhorta a los hombres
a que le teman y adoren, tenía por objeto separar de las influen-
cias corruptoras del mundo al pueblo que profesaba ser de Dios y
despertarlo para que viera su verdadero estado de mundanalidad y
apostasía. Con este mensaje Dios había enviado a la iglesia un aviso
que, de ser aceptado, habría curado los males que la tenían aparta-
da de él. Si los cristianos hubiesen recibido el mensaje del cielo,
humillándose ante el Señor y tratando sinceramente de prepararse
para comparecer ante su presencia, el Espíritu y el poder de Dios se
habrían manifestado entre ellos. La iglesia habría vuelto a alcanzar
aquel bendito estado de unidad, fe y amor que existía en tiempos
apostólicos, cuando “la muchedumbre de los creyentes era de un
mismo corazón y de una misma alma,” y “hablaron la Palabra de