370
El Conflicto de los Siglos
Dios con denuedo,” cuando “el Señor añadía a la iglesia los salvados,
de día en día.”
Hechos 4:32, 31
;
2:47 (VM)
.
Si los que profesan pertenecer a Dios recibiesen la luz tal cual
brilla sobre ellos al dimanar de su Palabra, alcanzarían esa unidad
por la cual oró Cristo y que el apóstol describe como “la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz.” “Hay—dice—
un
mismo cuerpo,
y
un
mismo espíritu, así como fuisteis llamados en
una
misma
esperanza de vuestra vocación; un mismo Señor, una misma fe, un
mismo bautismo.”
Efesios 4:3-5 (VM)
.
Tales fueron los resultados benditos experimentados por los que
aceptaron el mensaje del advenimiento. Provenian de diferentes de-
[430]
nominaciones, y sus barreras confesionales cayeron al suelo; los
credos opuestos se hicieron añicos; la esperanza antibíblica de un
milenio temporal fué abandonada, las ideas erróneas sobre el segun-
do advenimiento fueron enmendadas, el orgullo y la conformidad
con el mundo fueron extirpados; los agravios fueron reparados; los
corazones se unieron en la más dulce comunión, y el amor y el gozo
reinaban por encima de todo; si esta doctrina hizo esto para los pocos
que la recibieron, lo mismo lo habría hecho para todos, si todos la
hubiesen aceptado.
Pero las iglesias en general no aceptaron la amonestación. Sus
ministros que, como centinelas “a la casa de Israel,” hubieran debido
ser los primeros en discernir las señales de la venida de Jesús, no
habían aprendido la verdad, fuese por el testimonio de los profetas o
por las señales de los tiempos. Como las esperanzas y ambiciones
mundanas llenaban su corazón, el amor a Dios y la fe en su Palabra
se habían enfriado, y cuando la doctrina del advenimiento fué pre-
sentada, sólo despertó sus prejuicios e incredulidad. La circunstancia
de ser predicado el mensaje mayormente por laicos, se presentaba
como argumento desfavorable. Como antiguamente, se oponían al
testimonio claro de la Palabra de Dios con la pregunta: “¿Ha creído
en él alguno de los principes, o de los Fariseos?” Y al ver cuán difícil
era refutar los argumentos sacados de los pasajes proféticos, muchos
dificultaban el estudio de las profecías, enseñando que los libros
proféticos estaban sellados y que no se podían entender. Multitudes
que confiaban implicitamente en sus pastores, se negaron a escuchar
el aviso, y otros, aunque convencidos de la verdad, no se atrevían
a pro clamarlo, “por no ser echados de la sinagoga.” El mensaje