Profecías cumplidas
383
bajo las persecuciones paganas y papales, el obscurecimiento del
sol y de la luna, y la caída de las estrellas. Después, habló de su
venida en su reino, y refirió la parábola que describe las dos clases de
siervos que esperarían su aparecimiento. El capítulo 25 empieza con
las palabras:
“Entonces
el reino de los cielos será semejante a diez
vírgenes.” Aquí se presenta a la iglesia que vive en los últimos días
la misma enseñanza de que se habla al fin del Capítulo 24. Lo que
ella experimenta se ilustra con las particularidades de un casamiento
oriental.
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes,
que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al esposo. Y cinco
de ellas eran insensatas, y cinco prudentes. Porque las insensatas,
cuando tomaron sus lámparas, no tomaron aceite consigo: pero las
prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámpa-
ras. Tardándose, pues, el esposo, cabecearon todas, y se durmieron.
Mas a la media noche fué oído el grito: ¡He aquí que viene el esposo!
¡salid a recibirle!” (VM)
Se comprendía que la venida de Cristo, anunciada por el mensaje
del primer ángel, estaba representada por la venida del esposo. La
extensa obra de reforma que produjo la proclamación de su próxi-
ma venida, correspondía a la salida de las vírgenes. Tanto en esta
parábola como en la de
Mateo 24
, se representan dos clases de per-
[445]
sonas. Unas y otras habían tomado sus lámparas, la Biblia, y a su
luz salieron a recibir al Esposo. Pero mientras que “las insensatas,
cuando tomaron sus lámparas, no tomaron aceite consigo,” “las pru-
dentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.”
Estas últimas hablan recibido la gracia de Dios, el poder regenerador
e iluminador del Espíritu Santo, que convertía su Palabra en una
antorcha para los pies y una luz en la senda. A fin de conocer la
verdad, habían estudiado las Escrituras en el temor de Dios, y habían
procurado con ardor que hubiese pureza en su corazón y su vida.
Tenían experiencia personal, fe en Dios y en su Palabra, y esto no
podían borrarlo el desengaño y la dilación. En cuanto a las otras vír-
genes, “cuando tomaron sus lámparas, no tomaron aceite consigo.”
Habían obrado por impulso. Sus temores habían sido despertados
por el solemne mensaje, pero se habían apoyado en la fe de sus
hermanas, satisfechas con la luz vacilante de las buenas emociones,
sin comprender a fondo la verdad y sin que la gracia hubiese obrado