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El Conflicto de los Siglos
atrevían a negar que el poder del Espíritu Santo hubiera acompañado
la predicación del segundo advenimiento, y no podían descubrir error
alguno en el cómputo de los periodos proféticos. Los más hábiles
de sus adversarios no habían logrado echar por tierra su sistema de
interpretación profética. Sin pruebas bíblicas, no podían consentir
en abandonar posiciones que habían sido alcanzadas merced a la
oración y a un estudio formal de las Escrituras, por inteligencias
alumbradas por el Espíritu de Dios y por corazones en los cuales
ardía el poder vivificante de éste, pues eran posiciones que habían
resistido a las críticas más agudas y a la oposición más violenta por
parte de los maestros de religión del pueblo y de los sabios munda-
nos, y que habían permanecido firmes ante las fuerzas combinadas
del saber y de la elocuencia y las afrentas y ultrajes tanto de los
hombres de reputación como de los más viles.
Verdad es que no se había producido el acontecimiento esperado,
pero ni aun esto pudo conmover su fe en la Palabra de Dios. Cuando
Jonás proclamó en las calles de Nínive que en el plazo de cuarenta
días la ciudad sería destruída, el Señor aceptó la humillación de los
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ninivitas y prolongó su tiempo de gracia; no obstante el mensaje de
Jonás fué enviado por Dios, y Nínive fué probada por la voluntad
divina. Las adventistas creyeron que Dios les había inspirado de
igual modo para proclamar el aviso del juicio. “El aviso—decían—
probó los corazones de todos los que lo oyeron, y despertó interés
por el advenimiento del Señor, o determinó un odio a su venida que
resultó visible o no, pero que es conocido por Dios. Trazó una línea
divisoria, ... de suerte que los que quieran examinar sus propios
corazones pueden saber de qué lado de ella se habrían encontrado
en caso de haber venido el Señor entonces; si habrían exclamado:
‘¡He aquí éste es nuestro Dios; le hemos esperado, y él nos salvará!’
o si habrían clamado a los montes y a las peñas para que cayeran
sobre ellos y los escondieran de la presencia del que está sentado
en el trono, y de la ira del Cordero. Creemos que Dios probó así
a su pueblo y su fe, y vió si en la hora de aflicción retrocederían
del sitio en que creyera conveniente colocarlos, y si abandonarían
este mundo confiando absolutamente en la Palabra de Dios.”—
The
Advent Herald and Signs of the Times Reporter 8, No. 14 (13 de
noviembre de 1844)
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