Capítulo 24—El templo de Dios
El pasaje bíblico que más que ninguno había sido el fundamen-
to y el pilar central de la fe adventista era la declaración: “Hasta
dos mil y trescientas tardes y mañanas; entonces será purificado el
Santuario.”
Daniel 8:14 (VM)
. Estas palabras habían sido familiares
para todos los que creían en la próxima venida del Señor. La profecía
que encerraban era repetida como santo y seña de su fe por miles
de bocas. Todos sentían que sus esperanzas más gloriosas y más
queridas dependían de los acontecimientos en ella predichos. Había
quedado demostrado que aquellos días proféticos terminaban en el
otoño del año 1844. En común con el resto del mundo cristiano,
los adventistas creían entonces que la tierra, o alguna parte de ella,
era el santuario. Entendían que la purificación del santuario era la
purificación de la tierra por medio del fuego del último y supremo
día, y que ello se verificaría en el segundo advenimiento. De ahí que
concluyeran que Cristo volvería a la tierra en 1844.
Pero el tiempo señalado había pasado, y el Señor no había apa-
recido. Los creyentes sabían que la Palabra de Dios no podía fallar;
su interpretación de la profecía debía estar pues errada; ¿pero dónde
estaba el error? Muchos cortaron sin más ni más el nudo de la difi-
cultad negando que los 2.300 días terminasen en 1844. Este aserto
no podía apoyarse con prueba alguna, a no ser con la de que Cristo
no había venido en el momento en que se le esperaba. Alegábase
que si los días proféticos hubiesen terminado en 1844, Cristo habría
vuelto entonces para limpiar el santuario mediante la purificación de
la tierra por fuego, y que como no había venido, los días no podían
haber terminado.
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Aceptar estas conclusiones equivalía a renunciar a los cómputos
anteriores de los periodos proféticos. Se había comprobado que
los 2.300 días principiaron cuando entró en vigor el decreto de
Artajerjes ordenando la restauración y edificación de Jerusalén, en
el otoño del año 457 ant. de C. Tomando esto como punto de partida,
había perfecta armonía en la aplicación de todos los acontecimientos
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