Jesucristo nuestro abogado
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terminaba el servicio del primer departamento. Dios mandó: “No ha
de haber hombre alguno en el Tabernáculo de Reunión cuando él
entrare para hacer expiación dentro del Santuario, hasta que salga.”
Levítico 16:17 (VM)
. Así que cuando Cristo entró en el lugar santí-
simo para consumar la obra final de la expiación, cesó su ministerio
en el primer departamento. Pero cuando terminó el servicio que se
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realizaba en el primer departamento, se inició el ministerio en el se-
gundo departamento. Cuando en el servicio típico el sumo sacerdote
salía del lugar santo el día de la expiación, se presentaba ante Dios,
para ofrecer la sangre de la víctima ofrecida por el pecado de todos
los israelitas que se arrepentían verdaderamente. Así también Cristo
sólo había terminado una parte de su obra como intercesor nuestro
para empezar otra, y sigue aún ofreciendo su sangre ante el Padre en
favor de los pecadores.
Este asunto no lo entendieron los adventistas de 1844. Después
que transcurriera la fecha en que se esperaba al Salvador, siguieron
creyendo que su venida estaba cercana; sostenían que habían lle-
gado a una crisis importante y que había cesado la obra de Cristo
como intercesor del hombre ante Dios. Les parecía que la Biblia
enseñaba que el tiempo de gracia concedido al hombre terminaría
poco antes de la venida misma del Señor en las nubes del cielo. Eso
parecía desprenderse de los pasajes bíblicos que indican un tiempo
en que los hombres buscarán, golpearán y llamarán a la puerta de la
misericordia, sin que ésta se abra. Y se preguntaban si la fecha en
que habían estado esperando la venida de Cristo no señalaba más
bien el comienzo de ese período que debía preceder inmediatamente
a su venida. Habiendo proclamado la proximidad del juicio, consi-
deraban que habían terminado su labor para el mundo, y no sentían
más la obligación de trabajar por la salvación de los pecadores, en
tanto que las mofas atrevidas y blasfemas de los impíos les parecían
una evidencia adicional de que el Espíritu de Dios se había retirado
de los que rechazaran su misericordia. Todo esto les confirmaba
en la creencia de que el tiempo de gracia había terminado, o, co-
mo decían ellos entonces, que “la puerta de la misericordia estaba
cerrada.”
(véase el Apéndice, nota.7)
Pero una luz más viva surgió del estudio de la cuestión del
santuario. Vieron entonces que tenían razón al creer que el fin de
los 2.300 días, en 1844, había marcado una crisis importante. Pero